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Relato lésbico: Viciosa desconocida
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Relato lésbico: Viciosa desconocida

A veces, los encuentros furtivos más excitantes nacen de un encontronazo. ¿Cuántas veces hemos visto en el cine el momento de golpear la carpeta sin querer y que surja el amor entre los protagonistas? Sin embargo, en este relato erótico lésbico no estamos ante un simple flechazo.

Tan desconocida como viciosa

Paseaba pensativa cuando un fuerte golpe en el brazo hizo que su carpeta cayese al suelo. A su derecha, con visible prisa y malhumor, se alejaba una chica que ni tan siquiera se había disculpado por el sobresalto. Bea le increpó, pero no obtuvo la disculpa esperada, tan solo un gesto que interpretó como un “déjame en paz”.

Entró refunfuñando en una cafetería, todavía ordenando los papeles que se habían caído al suelo. Se puso a la cola, percatándose de quien tenía justo delante de ella. Escuchó cómo pedía un capuchino y le sorprendió que aquella vocecita dulce formara parte de una persona tan maleducada. Bea pidió lo mismo y se sentó enseguida en una mesa junto a la ventana. Dispersó algunos documentos y se puso a ojearlos.

Cuando levantó la vista unos segundos, se dio cuenta de aquella chica llevaba un rato observándola. A Bea no se le ocurrió otra cosa que devolverle la mirada con desdén. ¿Se habría dado cuenta de que era a ella a quien había empujado un rato antes? Volvió a sus papeles.

– ¿Puedo invitarte a un café?- escuchó decir.

– Ya está pagado- contestó Bea con indiferencia.

– Quiero decir a otro… Mira, sé que no es excusa pero llevo un día horrible. Quiero disculparme contigo porque tú no tienes la culpa de que mi vida sea una mierda.

Escuchar esas palabras provocó que su enfado desapareciera. No era una mala persona, sencillamente no era su mejor día. Todos podemos tener un día gris, pensó. No obstante, siguió en su negativa, pero le invitó a sentarse. No sabía si era asunto suyo preguntarle qué le ocurría, así que decidió hablar sobre otras banalidades. La chica insistió en su invitación y le comentó que vivía justo en ese mismo edificio. Parecía difícil decirle que no.

Subieron y le pidió que se sentara mientras ella preparaba algo para picar. En unos minutos estaba de vuelta con dos refrescos y unos sándwiches. Era una situación rara para Bea, quien no sabía cómo empezar una conversación. No había problema porque aquella desconocida se adelantó.

No recuerda en qué momento exacto de la charla se acercó para besarla. Su primera reacción fue apartarse, pues no se lo esperaba. Sin embargo, esa chica sabía bien lo que tenía que hacer para ponerla a mil. Se arrodilló en el suelo y le separó con suavidad las piernas, mientras Bea se resistía en su interior. En cuanto sintió sus labios ascender por sus muslos, abandonó toda oposición y se dejó hacer. Su clítoris se hinchaba a medida que avanzaba hacia él. Veía su cabeza entre sus piernas y eso le ponía supercachonda. Sus ojos lascivos la miraron mientras con su dedo alcanzó su sexo y jugueteó con él. Dio pequeños toquecitos en su clítoris sin dejar de observarla para comprobar su reacción. Bea no podía ocultar su excitación y las ganas de que siguiera hurgando ahí abajo.

La chica le bajó las bragas y contempló su sexo húmedo y abierto antes de lanzarse hacia él. Se aproximó despacio y cuando Bea notó su lengua, emitió un incontrolable gemido. Su boca se fundió con los labios más íntimos de esta, lamiendo sugerentemente y casi sin apartar sus ojos de los de Bea. Esta llegó hasta los pechos de aquella, que asomaban por su escote. Cuanto más tiraba de sus pezones, más aumentaba la intensidad de aquel cunnilingus. El placer máximo se apoderó de Bea y se corrió con la joven aún entre sus piernas, quien daba muestras de querer continuar comiéndoselo para regalarle un segundo orgasmo.

Había sido una situación entre morbosa y extraña. Cuando salió de aquella casa, se dio cuenta de que ni siquiera conocía su nombre y, de hecho, nunca más tuvo la oportunidad de preguntárselo.

Andrea B.C.

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