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Relato lésbico: Reencuentro húmedo
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Relato lésbico: Reencuentro húmedo

A aquella compañera de clase parece que los años se han sentado muy bien. La protagonista de este relato erótico lésbico se topa con una vieja amiga que rebosa sensualidad y picardía entre los rizos de su melena.

Un reencuentro húmedo

Fue toda una casualidad. Mismo sitio, misma hora. Gloria estaba en su pasillo favorito del supermercado, el de los yogures. Podía tirarse 20 minutos eligiendo el más conveniente. Cuando había analizado bien las marcas, los sabores, las texturas, las calorías, se lanzó a coger el pack elegido. Como si de un anuncio de televisión se tratase, se encontró con otra mano que iba a por el mismo objetivo. Una risita nerviosa le inundó la cara y giró la cabeza para observar a la otra protagonista de la inverosímil situación.

Le resultó muy familiar y, por un momento, se miraron sin decir nada. «¡¡Almu!!», gritó efusivamente, mientras se acercaba a ella para darle un caluroso abrazo. Habían sido compañeras de colegio dos décadas atrás. Le sorprendió cómo su tez achatada y su melena sin gracia de unos años antes habían dejado paso a una abundante cabellera ondulada que caía a los lados de una bonita cara ovalada de ojos verdes y nariz ligeramente respingona.

– Tía, estás estupenda – confirmó Gloria mirando a su vieja amiga. Parecieron esfumarse todos esos años y, de repente, se vieron transportadas en el tiempo hasta ese momento en el que eran íntimas.

– Oye, me encantaría que recordásemos viejos tiempos, pero ahora tengo prisa. Te doy mi número y quedamos en esta semana, ¿vale? – indicó Almu, despidiéndose con dos sonoros besos.

Intercambiaron teléfonos y pasaron los días restantes hasta que volvieron a encontrarse enviándose mensajes: algunos muy simples, otros un poco picantes. Aquella noche, además, Gloria tuvo un sueño bastante húmedo con ella. Soñó que entraba de puntillas en su habitación y se deslizaba suavemente por debajo de sus sábanas hasta que su lengua alcanzaba a masajear su clítoris. Entonces, estallaba en un orgasmo, y en otro, y en otro. Así hasta siete. Sonó el despertador y aún sentía el calor en su vagina y tenía los pezones endurecidos. Le escribió esa misma mañana para fijar la cita. Quedarían un par de días después.

El plan era el siguiente: Almu saldría de trabajar e irían a tomar algo por el centro. Sin embargo, Almu llegó al encuentro muy acalorada, quejándose de que en su oficina el aire acondicionado se había estropeado. Suplicó a Gloria que la acompañara a su casa para que se duchase muy rápidamente. No pudo negarse, claro.

Entraron en el apartamento y Almu le ofreció una cerveza para hacerle más amena la espera. Mientras se iba desvistiendo de camino al baño, proponía con humor a Gloria que «si quería podía enjabonarle la espalda». Gloria se ruborizó y pensó que justo eso es lo que deseaba hacer. Se quitó, para añadir más picardía, la camiseta frente a esta, quedándose en sujetador. Casi podían adivinarse sus pezones rosados y rugosos. Le indicó que tardaría dos minutos y le dedicó una sonrisa felina hasta que se apartó de su vista.

Escuchó que el agua empezaba a correr. La imaginó cayendo sobre el cuerpo desnudo de su amiga. Bebió un trago de cerveza y decidió entrar. «Mejor otro trago más», se dijo a sí misma, terminándose la lata.

Empujó la puerta, que no estaba cerrada del todo, y entró despacio. Quiso retroceder pero entonces Almu descubrió sus intenciones y desde el otro lado de la mampara de la ducha le instó a que se acercara a ella tocándose sensualmente sus pechos.

Con torpeza, se deshizo de su ropa y se aproximó, desnuda, hasta su amiga de la infancia, que la esperaba totalmente cubierta de jabón. Pasó la mano por su resbaladizo cuerpo, deteniéndose en sus senos firmes y acariciándolos con mimo mientras mordía sus labios mojados y ligeramente fríos.

Agarró fuerte sus nalgas contra ella, de tal manera que pudiese sentir su sexo entreabierto. Se puso detrás para frotarse con su cuerpo enjabonado y cogió sus pechos con las dos manos mientras le mordía el cuello, provocando que Almu soltase un sonoro gemido. Esos jadeos estaban excitándola mucho.

Sus dedos descendieron hasta la vulva de su extasiada compañera de colegio y descubrieron un clítoris a punto de explosionar. Masajeó la zona de arriba a abajo, graduando la intensidad en consonancia con las convulsiones que experimentaba su amiga, la cual permanecía aferrada a la mampara sobre unas piernas abiertas y temblorosas. Se pusieron de nuevo cara a cara y se masturbaron mutuamente, mientras el agua y el placer corrían sobre ellas.

Así, sus orgasmos se fundieron con el vapor que enseguida impregnó toda la estancia.

Andrea B.C.

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