Relato lésbico: La becaria

La becaria
Este verano había empezado con buenas noticias para Lidia en el ámbito laboral. Al final, todo esfuerzo tiene su recompensa y había obtenido el merecido ascenso. Entre otros beneficios profesionales, para la época estival contaría con la ayuda de un becario, pues era precisamente en esos meses cuando había más trabajo. Su etapa como becaria tampoco quedaba muy lejana, así que tendría claro que trataría a cualquiera que llegara a la oficina con mucho cariño y respeto.
Una mañana estaba ella concentrada comparando datos en el ordenador cuando escuchó la voz del jefe llamándola a su despacho.
– Esta es Elena, la becaria- dijo, presentándolas.
Elena no tenía más de 25 años y vestía una blusa de color blanco semitransparente y una falda vaquera corta. Aunque parecía una niña buena, su rostro reflejaba una mirada traviesa. Se dieron dos besos y sintió su suave aroma penetrando sus fosas nasales.
Quizás fue porque ambas eran de carácter fácil, pero conectaron enseguida. Elena le prometió esforzarse durante aquellos meses al 110% y Lidia lo valoró mucho. Ese verano era especialmente duro en la empresa y debían pasar muchas horas codo con codo. En ocasiones, se marchaba todo el mundo y solo se quedaban ellas dos.
Aquella jornada se preveía de vértigo y les volvieron a dar las tantas. Lidia se acercó a Elena por detrás, mientras esta introducía los últimos números en el programa del ordenador. Apoyó las manos en sus hombros y se los masajeó un poco. La notaba tensa. La becaria apartó los dedos del teclado y se dejó hacer.
Entonces, tomó las manos de su jefa y las colocó en sus pechos, mientras notaba su tanga humedecerse. Lidia se quedó bloqueada durante un segundo, pero pronto reaccionó, deslizándose por aquel sujetador. Tenía los senos aterciopelados y redondos y los acarició con dulzura. Se detuvo en sus pezones, pellizcándolos con delicadeza y escuchando la respiración cada vez más acelerada de Elena.
Esta se sacó sus hermosas tetas por fuera para que pudiera acariciarlas en todo su esplendor. En un movimiento, giró 180º su silla hasta ponerse frente a su jefa. La contempló medio desnuda de cintura para arriba y con la falda ligeramente subida y no pudo evitar caer la tentación.
Se levantó y se acercaron lentamente hasta fundirse en un beso que ambas llevaban tiempo ansiando.
La becaria se sentó al filo de la mesa con las piernas ligeramente entreabiertas, pidiendo caña. Lidia pegó su cuerpo al suyo y comenzó a palpar los muslos de aquella, en un ascenso imparable hacia su sexo. Bajó un poco el tanga y masturbó su sexo empapado.
Cuando pensaba que no podía estar más excitada, observó cómo su jefa se agachaba e introducía la cabeza por debajo de su falda. La sensación era indescriptible al notar que aquella separaba sus labios vaginales y chupaba su clítoris. No aguantó más y estalló en su boca en un potente orgasmo.
Lidia se levantó, reparó de nuevo en sus tetas asomando y besó sus pezones, que aún seguían duros tras aquel festín.
Al día siguiente, sus miradas cómplices en la oficina confirmaron que no había sido un sueño. A Lidia le costó concentrarse en aquella mesa en la que solo unas horas atrás había probado los dulces fluidos de su becaria.
Andrea B.C.