Relato erótico: Una seductora babysitter

Una seductora babysitter
Llamaron al timbre. La cuarta candidata. Las tres anteriores habían resultado un desastre. Al parecer, estaba siendo misión imposible encontrar a la babysitter perfecta para cuidar de su hija durante las tardes que tuviera que ausentarse. Quizás era muy exigente, sí, pero el hecho de ser madre soltera le hacía ser más rigurosa con el proceso de selección.
Abrió la puerta y Fabiana entró resuelta. Iba vestida sobria (muy adecuada para una entrevista de trabajo) y a la vez sensual (requisito no determinante, aunque podría sumar puntos). Llevaba una falda de tubo que se extendía hasta casi las rodillas y una blusa fina con tres botones desabrochados, que revelaba un atractivo escote.
Pasaron al salón y se sentaron una frente a la otra. Elena, entonces, le describió el puesto con detalle, sus funciones y obligaciones. Fabiana escuchaba atentamente. Durante unos segundos, la primera desvió sus ojos de los de la entrevistada hacia su canalillo. Fue un acto reflejo que le hizo ruborizarse. Podía adivinar sus senos y casi imaginárselos a través de ese sujetador de encaje que se transparentaba.
Entonces, llegó el turno de Fabiana. Contaba con una larga experiencia en el cuidado de niños, dos idiomas y carrera universitaria. Se explicaba divinamente, pero lo que más le gustó a Elena de su discurso fue curiosamente su manera de tocarse el pelo. Además, se mordía a menudo el labio inferior, lo que iba calentando poco a poco a Elena.
Estaba decidida a contratarla, pero necesitaba una prueba más. Pasaron a la habitación de la pequeña y animó a su futura niñera a cogerla en sus brazos. Dulcemente la meció, mientras le susurraba tiernas palabras y se acercó a su carita para darle un beso. Al inclinarse, su cabello se deslizó hacia delante, por lo que Elena, sin mayor intención, decidió recogérselo con la mano. Cruzaron una fugaz mirada en ese momento. Tenía el pelo muy liso y suave y desprendía un suave olor a camomila.
Soltó al bebé en su cuna y volvieron nuevamente a la sala de estar, ya con una tensión sexual en el ambiente más que evidente. Esta vez se sentaron una al lado de la otra para revisar los términos del contrato. Elena estaba torpe y su mano le temblaba al escribir sobre el documento. Sentir el aliento de Fabiana cerca de ella no contribuía a que se relajara.
Con la excusa de ir a buscar un bolígrafo a su habitación, dejó unos minutos sola a Fabiana para que ojeara las cláusulas y, así de paso, evitaba esa tentación en forma de mujer. Un rato después, ella apareció con los folios en la mano y otros tantos botones desabrochados de la blusa. Sin mediar palabra, Elena la arrastró hacia la cama. Tenía unas ganas irrefrenables de bucear en sus pechos, así que se puso frente a ella y le asestó un tórrido beso mientras le aflojaba los demás botones y le bajaba la falda. Bajo ese traje elegante, nunca hubiera sospechado que se encontrara ese conjunto de ropa interior tan picante y lleno de transparencias.
Se tumbaron una junto a la otra y restregaron sus cuerpos, entrelazando sus piernas. Se quitaron todo, quedándose únicamente en braguitas. Elena cogió los senos de Fabiana con sus dos manos para poder chuparle esos pezones oscuros de una vez. Notaba que eso la enloquecía y aumentó la intensidad hasta propinarle leves mordiscos. Tenía unos pechos grandes y firmes que a duras penas podía abarcar. Mientras se los lamía, bajó sus dedos hasta encontrar el sexo de Fabiana, que los esperaba ya muy mojado. Se los metió y sacó una y otra vez y fue variando la intensidad hasta que concentrarse en el clítoris, dándole un masaje circular que le hacía gritar enloquecida.
Antes de conducirla al clímax, Elena abrió uno de sus cajones de la mesita de noche y cogió un monumental vibrador. Fabiana abrió sus piernas totalmente y Elena, con mucho cuidado y saliva, se lo introdujo. Se arrodilló frente a esta, dominando la situación y dejando el orgasmo a su antojo.
Mientras lo movía en el interior de su compañera, Fabiana frotaba fervientemente los senos de Elena, pellizcándole los pezones en conexión con las embestidas de ese artilugio que entraba y salía de ella.
Verla tan excitada y tan próxima a las puertas del máximo placer fue suficiente para que con tan sólo rozarse un poco su clítoris, ella misma llegase al orgasmo. Abrazadas, se adormecieron hasta que, de repente, el llanto en la otra habitación de una personita que se acababa de despertar las sacó del letargo.
Andrea B.C.