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Relato erótico: Una nochevieja perfecta
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Relato erótico: Una nochevieja perfecta

¡Muchas gracias a C. por compartir con nosotras este excitante relato erótico! Con todo lujo de detalles, pasión, juegos y mucha tensión sexual, asistimos a un revolcón épico que da el pistoletazo de salida a un año nuevo radiante.

Una nochevieja perfecta

Y allí estaba yo, en una noche fría de Nochevieja, hablando por Whatsapp con mi vecina. Ella volvía en taxi junto con su amiga y el ligue de esta. Yo no andaba aún en casa y le propuse esperarla para charlar un rato y así fue: un auténtico dandi trajeado esperando en la calle donde vivía.

Tras un rato de espera y pasando más o menos frío, llegó un taxi y bajó de él tan guapa como siempre, con su gran sonrisa, la cual me vuelve loco. Me saludó utilizando el apodo que tanto le gustaba usar conmigo y me dio dos besos. Percibí su dulce perfume teniendo una ligera erección. Fuimos camino hacia su piso que, por suerte, estaba vacío. Subimos en el ascensor y tuve ganas de pararlo y besarla, pero yendo trajeado lo mejor era comportarse como un caballero.

Al entrar en su casa, se quitó el abrigo largo que llevaba y me encandiló con su trasero en aquellos pantalones apretados. Me enseñó la casa como una perfecta anfitriona y, al llegar a su cuarto, un escalofrío inundó mi cuerpo imaginándonos entre las sábanas de su cama, completamente desnudos y disfrutando uno del otro. De nuevo, sentí una erección.

Tras conocer su piso pasamos al salón, me ofreció sentarme en el sofá y trajo unas cervezas, aunque ambos habíamos bebido bastante en nuestras sendas fiestas. No sabía cómo abordar la situación y con la excusa de enseñarle unas fotos de la cena y la fiesta me arrimé a ella. Recuerdo que los pantalones de mi traje me estaban un poco ajustados y la erección que tuve al acercarme hacía que se me notase en exceso, pero no pareció importarle.

Con el calor del momento me tuve que quitar la chaqueta. Al verme, ella se adelantó y me dijo: “Trae, que te quito la corbata” con tono juguetón. Cuando me deslizó las manos por el cuello, de nuevo una erección apareció entre mis piernas. Quise acomodármela, ya que la presión abajo era algo dolorosa, y esta vez se dio cuenta con una mirada directa. Al quitarme la corbata se la puso ella y comentó que se la quedaba en propiedad. De hecho, era una de mis mejores corbatas. Quise quitársela, pero ella se revolvió y acabamos tumbados en el sofá forcejeando. Al momento, la tenía agarrada de las muñecas y, justo encima de ella, hubo un silencio. Entonces, subió ligeramente las caderas para notar la erección que tenía. Y fue entonces cuando nuestros labios se fundieron en un apasionado y salvaje beso.

Solté sus muñecas y sus manos empezaron a desabrocharme los botones de la camisa, pero los últimos, al no poder, me los arrancó de un tirón. Cuando quedé descubierto, le quité el jersey y contemplé durante un momento el sujetador color rojo que no me quitaré de la cabeza jamás. Ella enseguida supo que me encantó. Tras admirarlo, busqué con mi mano el enganche y fue fuera, mostrando unos pechos perfectos.

Mis labios fueron directos a por sus pezones, que ya estaban duros y preparados. Noté las manos agarrándome del pelo y apretándome sobre ella. Loco de pasión, la agarré y la puse de pie delante de mí, desabroché los botones de su pantalón y se los bajé, dejándola solo con unas braguitas rojas que estaban ya húmedas de tanto frote.

Con mis manos agarrando su culo, mis besos empezaron por su estómago y fueron bajando hasta sus braguitas para sentir su aroma. Mordí la goma y las bajé con los dientes. Al volver a subir, vi su delicada vagina depilada completamente y pensé que nos lo íbamos a pasar muy bien.

Comencé con ligeros besos y lametones, pero mis ganas fueron más allá y empecé a masturbarla con mi lengua y mis dedos. Ella no paraba de gemir. Cuanto más gemía más cachondo me ponía y con más fuerza la masturbaba. En un grito ahogado, noté cómo acababa en mi boca. Le temblaron las piernas, casi cayendo sobre mí.

Ella no dejó pasar mucho tiempo para recuperar el aliento y me cambió la posición. Se sentó en el sofá y me puso de pie. Me bajó de una vez los pantalones del traje y mis Calvin Klein rojos de la suerte (y tanto que me la dieron).

Salió mi pene erecto con fuerza y quedó delante de su cara. Con delicadeza, ella me besó la punta y casi me voy en aquel momento. Me agarró con una mano el pene y con la otra los huevos y, tras coger la posición, comenzó a chupármela. Observé desde arriba cómo entraba y salía y noté su lengua jugando a lo largo de mi falo erecto. Estaba siendo la mejor mamada que nunca me habían hecho y se reflejó en mi respiración rápida. Cuando la avisé de que iba a terminar, y pensando que pararía, se esforzó más y aumentó la velocidad de sus movimientos. Sin dar crédito, me dejé llevar y en dos fuertes embestidas la salpiqué en sus delicados labios y sus pechos perfectos.

Al terminar sobre ella y manteniendo mi erección, sin mediar palabra la llevé a la cama donde horas antes había imaginado cómo íbamos a disfrutar bajo sus sábanas. Tuvimos sexo apasionado dos veces más y, finalmente, caímos rendidos en su cama junto a su peluche verde.

Dejamos atrás mi traje esparcido por el suelo de su salón, nuestra ropa interior roja de la suerte, las cervezas a medio acabar y el sol entrando por su ventana dando inicio a un nuevo año.

C.

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