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Relato erótico: "Un seductor hombre de negocios"
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Relato erótico: «Un seductor hombre de negocios»

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Soy de esas que se apuntan a un bombardeo y, por ello, no me lo pensé dos veces cuando me propuso acompañarle a su viaje de negocios. Él tendría que trabajar cada día hasta bien entrada la tarde, pero yo podría disfrutar de las comodidades del hotel y salir a visitar la ciudad hasta que él llegase. Además, no tendría que pagar un solo céntimo. Sonaba tentador, ¿no? Lo curioso de la propuesta era que, “lo nuestro”, si podía llamarse de esa manera, había sido fruto de un flechazo, una salvaje atracción en la que no llevábamos inmersos ni una semana. Aun así, me moría de ganas de pasar dos noches con él.

Los hombres trajeados nunca han sido mi fuerte, pero este estaba endiabladamente sexy. Sus ojos marrones y profundos y su sonrisa seductora me lo decían todo cuando llegué a la habitación. Apenas había dejado la maleta, cuando ya me estaba proponiendo darme un baño con él.

El dormitorio era una pasada y eso que aún no había visto el increíble jacuzzi. Me desnudé y ya me estaba esperando él dentro, con su mirada clavada en mi cuerpo. Me senté frente a él y entrelacé mis piernas con las suyas. El agua estaba ardiendo, casi tanto como yo viéndole ahí.

No pasaron ni 10 minutos cuando me levanté de mi sitio en dirección al suyo. Me coloqué sobre él, mientras este acariciaba mis nalgas. Le cogí la cara con las manos y le besé. Respondió enseguida, succionando mi lengua y mordiéndome el labio inferior, su debilidad. Nuestras bocas se hicieron una y yo restregaba mi cuerpo contra el suyo. Su pene se puso duro al instante. Me encantaba notar su erección rozando mi sexo.

Cambiamos los papeles y me senté yo debajo mientras él, inclinado, se abalanzaba sobre mi cuello. Succionaba fuerte y me agarró de la trenza para inmovilizarme por completo. Tiraba de mi pelo hasta quedar totalmente a su merced. Sus labios traviesos descendieron hasta mis pechos. Lamía y mordía mis pezones, sin soltarme el cabello.

Rodeé su cintura con mis piernas y me froté deliberadamente con su miembro. Me agitaba incansable sobre su polla, sintiéndola deslizarse por mis labios vaginales. Me masturbaba con ella y él parecía no tener objeción alguna.

Decidimos continuar la fiesta fuera y nos tiramos empapados sobre la cama. Me abrí de piernas y me penetró. Sus embestidas eran enérgicas, pero, de vez en cuando, tenía que hacer una pausa. Aunque él bajase el ritmo, yo no cesaba y continuaba moviéndome, notándola muy dentro. Sus jadeos eran cada vez más evidentes. Me introdujo un dedo en el ano, haciéndome experimentar una sensación hasta entonces inexplorada, y siguió follándome hasta que fue presa de un orgasmo. Con su polla todavía en mi interior, me masturbé frenéticamente con la mano, hasta que, segundos después, me corrí también.

Llovía tanto afuera que teníamos una excusa más para no querer salir de la cama en toda la tarde.

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