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Relato erótico: “Pasión conyugal. Parte II”
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Relato erótico: “Pasión conyugal. Parte II”

relato erotico

Seguimos con la historia de Alex y Sharon, la apasionada pareja de recién casados que vive una relación llena de frenesí y que nos ha hecho llegar una seguidora de Pasionis. La semana que viene, más…
Colgó el teléfono, apagó las luces y subió las escaleras. Al llegar a lo alto escuchó el sonido del agua de la ducha, y sonrió al pensar que él la iba a penetrar otra vez, y mientras entraba en el dormitorio, se acordó de aquella vez en la que hicieron algo rapidito en el baño del gimnasio unos minutos antes del cierre. Cuando ya estaban a punto de terminar escucharon cómo alguien entraba en el cubículo que estaba justo al lado de ellos, tuvieron que sofocar los jadeos y las risas hasta que por fin la otra persona salió de allí. Sharon se dio cuenta de que desde entonces, el gerente del gimnasio sonreía discretamente cada vez que los veía, así que convenció a Alex para ir a otro sitio a practicar deporte. Pero pese a todo, esta situación tan embarazosa resultó ser muy estimulante, y descubrieron que ambos se excitaban más si lo hacían en un lugar donde pudiesen pillarles “in fraganti”.

-¿Sabes, Alex? –preguntó metiéndose con él en la ducha- ¿Qué te parece si el sábado por la mañana te paso a recoger a la oficina?

Alex le había pedido a su mujer antes de salir de casa que fuese a recogerle al despacho al cabo de una hora, pues suponía que para entonces Philip ya se habría marchado, y de hecho sus cálculos resultaron ser bastante precisos, porque en el mismo momento en el que su socio doblaba la esquina de la calle, el taxi de Sharon se paraba en la puerta del edificio. Alex, que después de la discusión se había quedado de pie frente a la ventana, distinguió la rubia cabeza de su mujer al bajar del vehículo, así que se apresuró a ir hasta la puerta para dejarla entreabierta, regresar a su despacho y sentarse detrás de su mesa, que fue donde lo encontró ella.

-Vaya, qué mesa tan limpia –comentó Sharon desde el marco de la puerta.

-Más bien es una mesa vacía – la corrigió él mientras recorría embelesado la silueta de su esposa, que iba vestida con un traje de seda azul, por encima del cual llevaba un amplio abrigo negro que le llegaba hasta la altura de los muslos, además de zapatos de tacón.

-¿Y por qué está vacía? –preguntó ella, captando la expresión traviesa en su rostro.

– No sé -respondió con una sonrisa lujuriosa, al mismo tiempo que se aflojaba el nudo de la corbata- Se me ocurrió que quizá te gustaría sentarte aquí un momento.

– ¿Frente a la ventana? –preguntó ella con un destello de diversión en la mirada.

– Hoy no hay nadie trabajando –aseguró él, que estaba sentado de espaldas a un ventanal desde el cual podían verse las oficinas de otros dos edificios.

– Nosotros estamos aquí – le contradijo ella, señalando la excitante posibilidad de que alguien los viese mientras hacían el amor.

Sharon caminó lentamente hasta quedarse frente a él, dejó caer al suelo su abrigo y se sentó en el borde de la mesa. Él le quitó los tacones y la ayudó a apoyar los pies en los brazos de la silla, separando así los tersos muslos y descubriendo el tono rojizo de las braguitas que llevaba puestas.

– Fascinantes –comentó él deslizando las manos por debajo de su falda y reptando por sus tersos muslos hasta llegar a su cadera. Agarró las tiras de su tanga y se los quitó  rápidamente. Ella extendió los brazos hacia atrás y comenzó a jadear en cuanto Alex pegó la boca a su sensible carne y empezó a lamerla.

– ¡Oooh! –suspiró ella, reclinando la cabeza hacia atrás y entrecerrando los ojos. Alex la estaba besando en su parte más íntima, con la cara encajada entre sus muslos lamía su preciada hendidura y en un par de ocasiones la penetró con la lengua. Ella adelantaba las caderas hacia su boca, animándole a continuar con aquella dulce tortura que le roía las entrañas, deleitándose con la fogosidad de sus viriles caricias en su parte más sagrada. Alex pareció aceptar el desafío, pues le elevó las caderas en el aire y continuó carcomiendo la sensible carne, chupando una y otra vez la perla de su clítoris, hasta que su cuerpo no pudo soportarlo más y ardió en el fuego de un exquisito orgasmo.

– ¿Te ha gustado? –le preguntó.

– Muchísimo, mi maravilloso amante –le aseguró ella en medio de un suspiro, mientras lanzaba una ojeada a través del cristal de la ventana.

– Entonces ven aquí –le pidió él poniéndose en pie y bajándose la bragueta del pantalón.

– Vaya, ya tengo medio trabajo hecho –comentó alegremente mientras cogía el pene medio erecto entre sus manos y empezaba a frotarlo, al mismo tiempo que chupaba el glande con los labios y la lengua.

– ¡Aaah! Nena, no pares.

La rubia cabeza de Sharon se movía rítmicamente, mientras Alex le acariciaba el cabello con los dedos. Cuando ya no podía aguantar más, le apretó ligeramente en los hombros para que parase, entonces le dio la mano y la llevó al otro extremo de la mesa, con la cara frente a la ventana, de tal forma que cualquiera que se asomase en ese momento pudiese verlos con claridad. Ella se inclinó apoyando las manos en la mesa con las piernas separadas unos centímetros; él se situó detrás de ella y comenzó a penetrarla apasionadamente, con las grandes y fuertes manos puestas sobre sus carnosas nalgas, la cabalgó con fuertes embestidas, que arrancaron jadeos de la garganta de su esposa, que alcanzó su segundo orgasmo justo un segundo antes de que él se vaciase por completo en su interior.

Alex recogió las tangas moradas del suelo y se las entregó a su mujer, antes de colocarse la ropa interior y subirse la bragueta. Ella se recompuso un poco el pelo, y él la estrechó entre sus brazos, acariciando su pequeño culo. A Sharon le encantaba sentir sobre su cuerpo las grandes y fuertes manos de su marido, pero aún más le encantaba que él la abrazase agarrándole de forma totalmente impúdica, eso la volvía loca.

– Te quiero – declaró él susurrándole al oído.

– Yo también –respondió ella, que sintió una llameante calidez en medio del pecho al escuchar la declaración de amor de su marido, que manteniéndola totalmente apretada junto a su pecho, le estaba acariciando la espalda con ternura.

– Me gustaría enseñarte una cosa –le propuso él mirándola a los ojos. Le cogió de la mano y juntos fueron a la sala de juntas. En cuanto entraron, Sharon se quedó maravillada ante lo que veía, pues los rayos del sol arrancaban destellos rojizos del paño, aumentando aún más la belleza de la alfombra.

– ¿Cómo se lo ha tomado? –preguntó ella, que se había acercado a la mesa y ahora estaba repasando con los dedos los trazos que adornaban la alfombra sobre la que su marido le había hecho el amor.

– Muy mal, ¿puedes creer que se atrevió a acusarme de haberte poseído encima de la alfombra? –le explicó él mientras se colocaba detrás de ella y la abrazaba por la cintura.

– ¿Y tú qué le has contestado? – preguntó ella, que pasó los brazos por detrás de la nuca para rodearle el cuello, lo cual hizo que sus pechos se elevasen, mientras continuaba contemplando aquel maravilloso mosaico de brillantes colores.

– He defendido nuestro honor, por supuesto – afirmó con una sonrisa taimada, mientras cubría los senos con las palmas de las manos- Aunque por dentro tenía ganas de gritarle que sí, que te había cabalgado encima de esta alfombra tan cara – afirmó deslizando sus manos hacia su sexo mientras le daba pequeños y lujuriosos mordiscos en el cuello.

– Eso está bien, ¿has sido convincente? –preguntó ella recostando la cabeza sobre el hombro de su marido, que ladeó la cabeza para capturar su boca y darle un beso.

– ¡Nena, cómo me pones! – exclamó invadiendo la sensible carne que recubría su clítoris, y empezaba a torturarla con sus dedos.

Alex continuó friccionando su esfera íntima, absorbiendo los jadeos que Sharon lanzaba junto a su oído, mientras movía el culo contra su polla, que se puso tan dura como una piedra cuando el cuerpo femenino se convulsionó entre sus brazos. Cuando ella dejó de arquearse, él puso sus manos en sendas nalgas, y le susurró al oído “Agáchate para mí”. Sharon dobló la cintura hacia delante y colocó los brazos sobre la mesa, con las palmas de las manos extendidas encima de la alfombra. Entonces escuchó cómo él se bajaba la bragueta, un segundo antes de empezar a embestirla con rapidez.

– ¡Oooh! –exclamó pletórico de deseo, mientras comenzaba a mecerse con movimientos rápidos, y miraba a través de la ventana. En un momento dado le pareció distinguir una cara en la distancia, probablemente alguien del servicio de limpieza, y se excitó aún más al saber que otra persona les estaba mirando- Apriétame, sí.

Sharon contrajo el suelo pélvico para retener aquella polla en su interior, la fricción era tan intensa, que ella disfrutó de otro orgasmo apenas un segundo después de que él eyaculase en su interior. Cuando él se vació por completo, aún permaneció pegado a su cuerpo, abarcándola en su abrazo desde atrás y con la mejilla pegada a su espalda, mientras notaba cómo los latidos de ambos corazones latían al unísono.

Alex daba gracias al cielo por la mujer que tenía, sabiendo que ella era su alma gemela. Todos los días le decía cuánto le quería, y casi todas las noches procuraba follarla hasta no poder más, era una promesa que se había hecho a sí mismo el día que se casaron. Cuando la conoció, pensó que era igual que el resto de mujeres que conocía, unas reprimidas en la cama, pero descubrió que estaba equivocado el día que fueron juntos a comprar ropa. Alex quería comprarse unos pantalones y le pidió que entrase con él al probador, deseo que le concedió sin ningún tipo de reparos, y para su satisfacción masculina, ella no fingió avergonzarse cuando él se desvistió, sino que le miró con tal expresión de codicia en el rostro, que él se atrevió a proponerle hacerlo de pie mientras se miraban al espejo. La respuesta de Sharon fue desnudarse y empezar a estimularle el miembro hasta que se lo puso tan duro como una piedra, después se sentó a horcajadas sobre él y lo cabalgó desenfrenadamente mientras arqueaba todo su cuerpo, presa de una espiral de puro fuego, que se perpetuó hasta que él vació todo su esperma dentro de ella.

Después de aquello lo hicieron en varios sitios como el cine, en el palco de la ópera o en el coche, ella supo conquistar su corazón y él le pidió matrimonio, y desde entonces cada día la amaba aún más. Ella le entendía muy bien, hasta el punto de acceder a hacer el amor en el gimnasio donde iban tres veces por semana. ¡Oh!, se sentía como un gallo, sacando pecho cada vez que se tropezaban con el gerente del local, el cual esbozaba una irónica sonrisa que a él le hacía sentir como el rey del mundo, pero a Sharon le daba vergüenza, así que ahora tenían que buscarse otro sitio donde ir.

 

 

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