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Relato erótico: "Ojos lascivos"
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Relato erótico: «Ojos lascivos»

La capital suiza era tan bella como inasequible, así que su sueldo de media jornada en la biblioteca no le daba a Ingrid para mucho más que una habitación compartida. Cuando llegó, se alegró de ver que el enorme dormitorio estaba vacío: tan solo otra persona compartiría aquella noche con ella el mismo techo. Sobre su cama divisó un camisón minúsculo y un antifaz para dormir. Parece que compartían aversión por la luz.

Mientras descansaba un poco del viaje, entró una chica. Se saludaron y mantuvieron durante un par de minutos la típica conversación de desconocidas. Luego, cogió sus útiles de aseo y se dirigió a la ducha. Ingrid seguía tumbada mirando su móvil cuando entró aquella de nuevo. Aunque venía enfundada en una toalla, supuso que  volvía para coger su ropa y cambiarse en el baño. No obstante, dejó caer la toalla en la cama hasta quedarse en braguitas. De reojo, observó cómo su pelo caía sobre una espalda, en apariencia, suave. También se fijó un poco en su trasero y en el contorno de sus pechos cuando se giró a un lado para coger el desodorante.

– ¡Oh! Creí que estabas dormida- exclamó cuando se dio la vuelta y vio a Ingrid tumbada, pero tan despierta.

– No, bueno, aquí mirando el móvil- contestó Ingrid para que se quedase tranquila.

Aquella noche, la primera en la ciudad, tenía que responder unos emails y hacer unas cosillas en el ordenador. Después de caminar un buen rato por la tarde, volvió a su habitación para estos menesteres. Esta vez, estaba sola.

Abrió el ordenador, conectó los auriculares y se enfrascó en sus asuntos. No se percató de que su compañera de cuarto llevaba unos minutos mirándola mientras Ingrid tecleaba con celeridad. Cuando levantó la cabeza un momento para descansar la vista, se topó con sus ojos brillantes. A Ingrid no se le ocurrió otra cosa que sonreír y bajar la mirada hacia la pantalla de nuevo. No obstante, sentía sus ojos todavía penetrándola.

– Oye, que antes…te pillé mirándome- dijo aquella de repente.

– ¡Qué va! Estaba con el móvil, no te miraba a ti- respondió Ingrid poniéndose bien roja.

Cuando trataba de articular otra excusa más convincente, la tenía sentada en su cama. No pudo evitar fijarse en cómo sus pezones, visiblemente gruesos, taladraban su camiseta.

– Me estás mirando de nuevo… ¿Te gusta lo que ves? – preguntó, y siguió- Te lo voy a poner más fácil.

Con delicadeza, tomó su portátil y lo puso en una silla. Se sentó todavía más cerca de Ingrid y se inclinó, sin dejar de observarla fijamente. Sus exuberantes pechos asomaban levemente por su camiseta y estaban a solo dos palmos de Ingrid. Era una tentación difícil de evitar. Así que decidió dejarse llevar y cuando los tenía a unos pocos centímetros deslizó su dedo por esos pezones aún erectos, sobre la camiseta. Difícil decir cuál de las dos estaba más mojada en ese instante.

Entonces, se tumbó junto a ella y entrelazaron sus cuerpos, rozándose los pechos y devorándose la boca. Eso sí, a fuego lento y pausado, saboreando cada segundo de ese encuentro inesperado. Ingrid no podía dejar de sobar aquellas tetas tan grandes y perfectas. Mientras, aquella fue bajando lentamente. De manera instintiva, Ingrid separó las piernas excitadísima hasta sentir su lengua sobre su sexo. Lamía sin prisas, recorriendo cada rincón de su intimidad. Ingrid enredó sus dedos en el pelo ondulado de aquella, retorciéndose de placer y sintiéndose al borde del orgasmo. Estaba chorreando, con el clítoris hinchado como nunca antes. Ya no había vuelta atrás y enseguida la lengua de aquella desencadenó un maravilloso orgasmo que la dejó en las nubes.

Estaba tan pasmada por lo que acababa de ocurrir que, ahora que se había echado junto a ella, volvió a comerle sus pezones grandiosos y rosados mientras la masturbaba. Sus dedos jugaban con los pliegues de su sexo, pero también exploraban ávidos su interior. Enseguida, su mano estaba empapada de los fluidos de la chica. Gemía aquella y gemía Ingrid y todo ello sin dejar de mirarse.

 

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