Relato erótico: «Entre mis dedos»

Había conocido a Eduardo aquel viernes y apenas un par de días después, volvimos a hablar de quedar. Realmente, no era una cita como tal. Se veía un chico agradable, con conversación y de bonita sonrisa. Tenía unos dientes perfectos que relucían en aquel antro de horripilante música tecno. Edu era un amigo de unos conocidos, por lo que nuestra charla no tenía ninguna intención oculta. Nos intercambiamos el Facebook para estar en contacto y, de hecho, lo primero que hice al día siguiente fue cotillear sus fotos.
La cosa es que no me gustaba especialmente, pero tenía algo. Lo que menos me gustaba era que, no solo tenía unos cuantos años menos que yo, sino que además lo aparentaba. Tener un amante con cara de niño no me apetecía mucho, la verdad.
El caso es que decidimos quedar dos días después, el domingo, ya que había un festival de no-sé-qué al que ambos queríamos ir. Pasamos todo el día juntos, paseando, de cañas, almorzando y hablando mucho. Era bastante majete el chaval. Al menos con la luz del día, no se había producido ningún tipo de acercamiento ni intento. Puede que fuera a última hora de la tarde cuando decidí que, sí, me apetecía tener sexo con él.
Nos cayó la noche casi sin enterarnos. Yo me tenía que ir pronto a casa, pero antes insistió en enseñarme un bar de chupitos muy molón de la zona. No sé, pero sabía cómo empezaban estas cosas y también cómo terminaban. Nos sentamos en la barra y empezamos a pedir. Fue más bien sugestión, la atmósfera, pero tenerlo cerca y que no pasase nada me estaba poniendo cachonda. Le miraba en busca de una señal y nada. Me excitaba esa incertidumbre, esos ligeros roces en la pierna y en el cabello.
Recuerdo que fui al baño y tenía las braguitas mojadas. Volví al taburete y continuamos con ese tira y afloja. No soy mucho de tomar la iniciativa, pero en un momento dado, me lancé y le planté un morreo. Enredé mis dedos en su pelo y continué enganchada a sus labios un rato más. Mi lengua encontró la suya y también su cuello y me dediqué a acariciárselo con ella. Su erección me avisó, así, de su punto débil.
Entonces, se levantó y me llevó escaleras abajo, donde apenas quedaban un par de personas en estado de embriaguez. En una esquina había un sofá que nos proporcionaría la suficiente intimidad para los siguientes minutos. Súpercalientes, nos sentamos y seguimos donde lo habíamos dejado. Desabrochó un par de botones de mi camisa y enseguida tuvo acceso a mis tetas que le esperaban con gran impaciencia. Ya no había nadie, así que deslizó su boca por mis pezones. Sus labios los chupaban con delicadeza mientras estos se endurecían en ellos. Yo acaricié su entrepierna hinchada y su respiración comenzó a acelerarse.
Él, entonces, metió la mano en mis leggins hasta rozar mi sexo. Jugueteó con mis labios vaginales e, incluso, sentí cómo me introducía un dedo. Yo también quería palpar su verga, pero lo tenía más difícil. Pasamos de esas incomodidades y nos fuimos en dirección a mi casa o a su casa. No lo teníamos muy claro porque, de hecho, nos encontrábamos bastante lejos de ambas.
Nos metimos en un pasadizo subterráneo con alguna otra cámara de seguridad, pero tratamos de seguir la fiesta en un ángulo muerto. Él me agarró del trasero mientras nuestras bocas se devoraban. Ardía en deseos de sentir de nuevo sus labios en mis tetas, así que me subí la camiseta y las saqué por encima del sujetador. Él las cogió entre sus manos hasta que no quedó milímetro sin chupar.
Desabroché el cinturón de su pantalón y saqué su polla también. La cogí y empecé a masturbarla. No sabía bien lo caliente que estaba hasta que, de repente, noté su semen derramarse entre mis dedos. Entre jadeos, me susurró que él también quería un orgasmo mío. Pero se hacía tarde y me tenía que marchar. En cuanto llegué a casa, me toqué bajo las sábanas pensando en él, en su manera de mirarme, de besarme y de acariciarme. Así la espera se haría más llevadera.