Relato erótico lésbico: «Guerra de dildos»

En ocasiones Manuela le sacaba de quicio. En serio, era un absoluto desastre. Dejaba sus tangas esparcidos por el suelo, la ropa del día anterior adornaba las sillas del salón y la toalla del lavabo pendía retorcida del soporte metálico, lo que dificultaba su secado. En una hora estaría en casa y le iba a caer una buena, pensó Mar. Le daría un ultimátum y poco le importarían sus ojos de angelito y sus promesas de mejora.
Mar estaba que ardía y aún más cuando escuchó la puerta abrirse. Entró Manuela, con su sonrisa de oreja a oreja y ese buen humor que la caracterizaba. Esta vez se había prometido que no se dejaría torear por ella, pues aquella siempre acababa dándole la vuelta a la tortilla y minimizando cualquier asunto.
En cuanto escuchó caer las llaves en la mesa de la entrada, Mar comenzó su retahíla de reproches, elevando cada vez más la voz. Manuela trató de apaciguarle e, incluso, intentó acercarse a ella para darle un beso de recibimiento, pero Mar no estaba de humor. Si Mar odiaba que ésta fuera un desastre, Manuela no soportaba sus gritos y sus escenas frecuentes. En minutos, se enzarzaron en una acalorada discusión que parecía que no acabaría bien.
Manuela se acercó a ella para calmarle y hacer las paces. Le acarició el brazo y, súbitamente, se lanzó hacia sus labios antes de que Mar pudiera decir nada. Metió su lengua ávida en su boca y la arrinconó contra la pared hasta que el deseo se apoderó de ambas.
Echó a Mar sobre el sofá y se sentó encima. Antes se desvistió frente a ella. Se mostró juguetona, poniéndole sus grandes pechos al alcance de sus labios. Los juntó con sus manos y se los puso en bandeja para que se los comiera. Tenía los pezones erectos y Mar chupó uno y otro sin descanso. La ayudó a desnudarse de cintura para abajo para frotarse contra su vagina.
Entonces, se puso de rodillas en el suelo, con las piernas de Mar a ambos lados de su cabeza y comenzó a lamerla como una posesa. Aquella le sostenía la cabeza y gritaba, aunque, en esta ocasión, por motivos bien diferentes a los de hacía unos minutos. La lengua de Manuela recorrió cada rincón de su coño, que estaba jugosito y mojado. Entonces, se apartó y se ausentó durante unos segundos, mientras Mar la esperaba con las piernas temblorosas.
Apareció con un dildo en la mano. El sexo de Mar estaba chorreando y, sin dejar de mirarla, empezó a introducírselo poco a poco. Sus ojos pervertidos observaban la reacción de Mar mientras la penetraba. Se lo metía lentamente, hasta el fondo, y, poco a poco lo volvía a sacar. Lo rozaba deliberadamente con su clítoris antes de introducírselo de nuevo, provocando que Mar rabiara de placer.
Cuando estaba al límite se tumbó frente a ella en el sofá. Se abrieron de piernas con sus sexos a escasos centímetros el uno del otro. Comenzó a embestirla con aquel juguetito cada vez más rápido, hasta que de la boca de Mar comenzaron a salir improperios, los mismos que usaba cuando estaba al borde del clímax. Manuela juntó su vagina al otro extremo y movió sus caderas para follarla bien y para ser follada también. Las chicas cayeron presas de un orgasmo brutal que les hizo olvidarse de toda disputa. Manuela había vuelto a salirse con la suya. Y de qué manera.
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