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Relato erótico lésbico: Flamencas fogosas
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Relato erótico lésbico: Flamencas fogosas

Sol, alcohol, fiesta y altas temperaturas dan el pistoletazo de salida de la Feria de Málaga, dónde se encuentran fortuitamente dos chicas. En este relato erótico lésbico, Andrea B.C. hace que dos desconocidas se acerquen hasta fundirse en una sola.

Dos flamencas muy fogosas

Farolillos, rebujito y flamenco. Todo estaba preparado para que diera comienzo la Feria de Málaga. El escopetazo de salida tuvo lugar la anterior noche, cuando los fuegos artificiales dieron la bienvenida a la semana grande de la ciudad. Este primer día era altamente esperado y las calles comenzaron a llenarse de gente y música.

Eran las 3 en punto cuando Lorena salió de su casa, lo más fresca que pudo, ya que las temperaturas aquella jornada iban a ser elevadas. Eligió unos shorts y una camiseta de lunares. Por supuesto, no podía faltar el complemento perfecto: una flor en el pelo. Decidida, se dirigía al lugar de encuentro con sus amigas, aunque para ello tendría que atravesar toda la multitud que ya empezaba a animarse.

Para que se hiciera más llevadero el camino, se hizo con un mini de cerveza y se lo fue bebiendo. A cada paso que daba, las personas parecían multiplicarse y su trayecto se ralentizaba considerablemente. Además, con tal tumulto, debía tener mucho cuidado para que su vaso no se derramara. No obstante, un abanico que se agitó en ese momento inoportuno provocó que la mitad del líquido corriera inmisericorde por su escote. La dueña del mismo se giró, entonces, visiblemente avergonzada.

– ¡Madre mía! ¡Cómo te he puesto! Ven, ven, que te ayudo a limpiarte – expresó.

El cabreo de los primeros segundos se transformó en simpatía por ella al verla tan volcada en la causa. Irradiaba luz y estaba bronceada del sol. Tenía unos ojos verdes muy expresivos que no paraban de mirarla mientras buscaba un pañuelo en su bolso. También ella tenía una flor en su cabello que se fusionaba con sus rizos.

Como pudieron, trataron de limpiar la tremenda mancha en su camiseta de color claro. Aunque, al menos, fue una buena oportunidad para que charlaran. Le gustaba ver cómo le limpiaba con cuidado de no rozarle más de la cuenta, pero, claro está, a veces era inevitable. El ruido y el gentío les impedían, asimismo, conversar con fluidez, por lo que acercarse más era casi una obligación.

Desprendía un ligero aroma a coco y Lorena trataba sutilmente de aproximarse a su oído con la excusa de que no le escuchaba. Tocaba sus hombros en cada intervención, sintiendo cómo su sudor se fundía con el de sus manos. El calor se cernía sobre ellas pero no parecía importarles.

Entonces, Lorena miró el reloj y se dio cuenta de la hora. No quería irse, pero no tuvo más remedio que excusarse ante la chica del abanico para reunirse con sus amigas.

– ¡No te puedes ir ahora! Además, te debo una copa- dijo, con voz tan convincente que no pudo negarse.

Tenían tanta sed que se la acabaron en pocos minutos. El alcohol y el sol hicieron de las suyas y sus risas y conversaciones dieron lugar a un acercamiento más íntimo. A Lorena, por su parte, se le ocurrió una loca idea. Cogió de su copa uno de los hielos y le lanzó una mirada insinuante a su compañera. Acercó, así, su boca a la de ella y se lo pasó provocadoramente. Sus lenguas se buscaban la una a la otra con impaciencia y cambiaron el terreno de juego por el escote de Lorena.

La chica del abanico cogió otro hielo y lo pasó suavemente por el cuello caliente de Lorena, dejándolo caer a conciencia por su canalillo. Quiso, entonces, la sexy joven recuperarlo e introdujo su mano entre los pechos de Lorena, mientras la observaba con ojos lascivos. Se deleitó en ellos pasando el hielo por sus pezones erectos y acariciándolos furtivamente.

Esto estaba siendo demasiado para Lorena, que sintió cómo su sexo se llenaba de deseo. Y es que, entre tal cantidad de gente, era difícil encontrar un lugar para estar tranquilas, de modo que optaron por encerrarse en el servicio de una de las carpas.

Aún con la mano fría y humedecida por el hielo, desabrochó los shorts a Lorena y la deslizó hasta su clítoris. Le bajó la camiseta y hundió sus labios en sus senos, mientras su mano libre pellizcaba sus pezones. Lorena sostenía, entonces, la cabeza de ella para que no parara y siguiera lamiendo sus sensibles pechos. Pero la chica tenía otro plan. Descendió lentamente hasta ponerse de rodillas frente a su vagina, que esperaba su boca ansiosa. Para poder sentir más los toques de su lengua, Lorena situó una pierna por encima del hombro de quien la estaba conduciendo hasta el mismo éxtasis.

Así, con gran dominio, le proporcionó un orgasmo, que, del mismo modo que los fuegos artificiales, inauguró de la mejor forma esta semana que auguraba sevillanas y sexo a partes iguales.

Andrea B.C.

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