La protagonista de este relato erótico disfruta a solas del jacuzzi, hasta que una impresionante chica se una a la fiesta de las burbujas y el placer. Tras un par de gestos insinuantes, las dos se embarcan en una apasionada sesión de caricias bajo el agua.

El jacuzzi

Eran casi las 17.00 horas y Yolanda estaba entrando por la puerta del spa. Era viernes y estaba decidida a empezar el fin de semana dándose un capricho. Entró al vestuario y estaba vacío; únicamente vio una bolsa de deporte en lo alto de una silla. Sonrío al pensar que tendría las instalaciones casi para ella sola. Se desvistió rápidamente, se puso el bikini, cogió la toalla y salió en dirección a la zona de baño.

Cuando abrió la puerta la recibió una ráfaga de calor y una tranquilidad absoluta. Lo primero que vieron sus ojos fue un solitario jacuzzi burbujeante. Se metió poco a poco hasta que el agua le cubría la cintura y, finalmente, se sentó. Los chorros chocaban contra su espalda, proporcionándole un cálido bienestar. Se giró, de modo que estos ahora rozaban sus pechos sugerentemente y también el área de su entrepierna. Se movió ligeramente de modo que la presión fuese más directa. Encontró el punto exacto y arqueó las piernas para que el contacto fuese casi pleno.

Notó que sus pezones empezaban a endurecerse y pasó sus dedos por ellos. Sabía que no era el momento y el lugar para darse placer y, por eso, no quitaba ojo a la puerta, pero no había nadie; ni un alma. Cada vez más excitada, observó cómo la puerta de la sauna se abría. Rápidamente se volvió a sentar con normalidad e intentar recuperar la compostura. De ahí salió una chica de piernas kilométricas e impresionante delantera. Tenía el pelo recogido en una coleta despeinada y el sudor cubría su cuerpo.

Entró en el jacuzzi y la saludó cordialmente, mientras Yolanda no podía quitarle ojo a esos pechos que se contoneaban. Se sentó junto a ella y, con ganas de iniciar una conversación, le comentó lo vacío que estaba el spa. La chica, sin cortarse ni un pelo, le respondió que así se estaba mucho mejor y “con más intimidad”. Yolanda volvió a encenderse con estas palabras.

Habían intercambiado unas pocas cuando observó que la chica trataba de ajustarse la parte de arriba del bikini, con tan mala pata que el lazo se soltó y sus senos quedaron al aire. Yolanda los miró atónita y deseosa. La chica parece que se percató de sus sexuales pensamientos y se deshizo totalmente del sujetador, acercándose más y más a Yolanda.

Confusa y nerviosa decidió interpretar este gesto como una declaración de guerra y se aproximó a sus labios húmedos que la esperaban entreabiertos y con una lengua muy juguetona. Tenía una piel suave y caliente y, cuando tocó sus pechos, comprobó que cubrían por entero sus manos.

Pellizcó maliciosamente sus pezones y se sumergió en su cuello mientras palpaba cada centímetro de sus curvas. Sintió los dedos de la chica tratando de penetrar en su sexo y se lo entregó por entero. Volvía a estar húmeda.

La rodeó, entonces, con sus piernas y se masturbaron mutuamente intentando ser sigilosas. Su clítoris estaba entrando en ebullición y notaba que el de la chica se hinchaba más y más. Las burbujas acariciaban su piel y, por lo menos, la temperatura del agua había aumentado unos cuantos grados.

Con la mano libre, Yolanda manoseó sus propios pezones para acelerar el orgasmo. Llegó al clímax y, mientras tanto, también descubrió que el sexo de su compañera se agitaba intermitentemente.

Volvió a hundir su cabeza en los deliciosos pechos de la chica, sin dejar de rodearla con sus piernas. En cuanto bajara un poco la temperatura, podía ser buena idea averiguar qué tal se estaba en la sauna.

Andrea B.C.