Relato erótico: La tentación sobre ruedas

La tentación sobre ruedas
La llegada de los días soleados animó a Mery a enfundarse sus pitillos y sus zapatillas deportivas y salir a patinar por el parque. Después de un invierno casi hibernando, tocaba ponerse en forma. No obstante, se veía sexy. La camiseta que había elegido se ceñía a su silueta y le hacía un pecho interesante y los pantalones conseguían que su trasero se mantuviese erguido y firme.
Hacía bastante que no se montaba en sus patines, pero pensó que no le costaría mucho volverle a coger el truco. Se sentó en un banco para poder abrochárselos bien y, de mientras, se fijó en un chico que era un auténtico ángel sobre ruedas. Sus movimientos limpios y piruetas casi profesionales la dejaron embobada, mirándolo durante varios minutos.
Motivada por su dominio de los patines, finalmente se lanzó a la pista. Sus primeros pasos, como no podía ser de otra forma, fueron bastante torpes y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no perder la compostura. Además, no podía quitarle el ojo de encima a ese chico, cuya camiseta sin mangas dejaba relucir sus fibrosos brazos y un tatuaje, que le llevó a pensar si tenía más y, sobre todo, dónde. Tanta distracción no contribuía a que mantuviera bien el equilibrio.
Tropezó, aunque con gran astucia evitó caer al suelo y pudo comprobar cómo él la miraba sonriendo, como preguntando «¿Estás bien?». Pero Mery no se rendía fácilmente, cogió velocidad y… ¡tremendo golpe! Le ardía la rodilla, muy ensangrentada, al igual que los codos, y temió no tener fuerzas para levantarse del suelo.
– ¿Te duele mucho? Menuda caída- dijo una voz que se acercaba por detrás. Era él. La ayudó a levantarse y la acompañó hasta un banco mientras ellas se apoyaba en su cuerpo musculado. Sacó un kleenex arrugado de su bolsillo y trató de limpiar la herida con sumo cuidado. Era raro porque el roce le producía un intenso dolor, pero al mismo tiempo le excitaba ver la delicadeza con la que trataba a su rodilla. Mery tenía puesta su pierna en la de él, de forma que este pudiera limpiar la herida mejor. Se encontraban, así, muy cerca el uno del otro y su tacto la estremecía.
– Mira, para que no se infecte, lo mejor es curarla bien. Tengo un botiquín en casa. Vivo justo ahí, sube un momento conmigo, ¿te parece?- le preguntó señalando el edificio de enfrente.
– Oh, eres muy amable, pero no quiero ser una molestia. Puedo coger el metro y…
– Insisto, por favor – le soltó, interrumpiéndola y mirándola con una penetrante mirada a la que fue imposible negarse.
Al cabo de unos minutos llegaron a su casa. Por lo que pudo adivinar ella, vivía solo. La sentó en el sofá y le dijo que se pusiera cómoda mientras él iba a por lo necesario para curarla. Volvió con una pequeña caja y sin camiseta. Tenía unos pectorales más que impresionantes y durante unos segundos dejó de sentir dolor, sólo quería acariciar ese torso desnudo. Se arrodilló frente a ella y puso la mano en su muslo, mientras con la otra se afanaba en limpiar la herida. Parecía muy profesional en lo que hacía, pero ella no podía evitar irse humedeciendo cada vez más.
Además, él, muy pícaro y a conciencia, hacía ascender su mano hasta casi la entrepierna y, cuando se encontraba a pocos milímetros de su objetivo, fue al encuentro de los labios de Mery. Por fin ella podía acariciar ese musculado cuerpo. Sólo era capaz de pensar en lo mucho que deseaba que la cogiera en brazos y la penetrara salvajemente.
Mery le lamió y mordisqueó el cuello, y vio cómo su espontáneo amante estaba ya a mil y su erección era cada vez mayor. Le masturbó ligeramente por encima del pantalón, mientras él se dedicaba a sus pezones.
Desde sus pechos fue descendiendo con la lengua por el ombligo hasta llegar a la vagina, cuyos labios esperaban abiertos la boca del patinador. Separó sus piernas e introdujo un dedo todo lo que pudo, lo que provocó el primer gemido de Mery. Chupeteó sus pliegues y jugó con su clítoris, mientras ella se movía frenéticamente bajo él. No podía parar de retorcerse de placer.
El chico se bajó los pantalones y buscó un condón que ponerse. Mery aprovechó para cogerle el miembro y metérselo en la boca. Él sujetó su cabeza y la movió al compás para que su pene pudiera tocar las profundidades de su garganta. «Espera, como sigas así me voy a correr enseguida», le dijo, jadeante.
La cogió en brazos, como si conociera el profundo deseo de Mery, y la penetró mientras ella rodeaba su cintura con las piernas. Se sentía totalmente entregada a la fuerza de éste, que la movía arriba y abajo con gran energía. Ya no quedaba nada de la suavidad que había mostrado curándola hace sólo unos minutos; ahora era un ser salvaje que la estaba inundando de placer.
Eran dos cuerpos sudados, satisfechos y aún calientes que cayeron derrotados de nuevo al sofá. Así daba gusto ponerse en forma de cara al verano.
Andrea B.C.