Daniela era de esas chicas con las cosas claras, una de esas que conseguía casi todo lo que se proponía. Hacía tiempo que se había fijado en el nuevo empleado, Manuel, siempre tan ocupado y con prisas.

Una tarde coincidieron en el comedor. Ella estaba sentada ojeando el periódico y relamiendo una piruleta de fresa. Entonces, entró él, la saludó sin apenas mirarla y se dirigió a la máquina del café. A Daniela se le ocurrió que también quería otro. Estableció contacto visual con él sin dejar de chupar su golosina. Esto le intimidó un poco a él, pero enseguida comprendió que ella solo quería jugar. “Bien, pues juguemos”, pensó él.

A partir de aquella tarde, coincidieron todos los días. No profundizaban en las inquietudes o gustos del otro, no se iban haciendo cada vez más amigos, no. No era eso lo que les interesaba. Por eso, era cuestión de días que se decidieran a verse fuera de la oficina, aun sabiendo que eran compañeros de trabajo y que quizás no fuera la mejor de las ideas.

Ella subió las escaleras decidida, con paso firme, todo el que le permitían sus tacones vertiginosos. Llamó al timbre y al otro lado de la puerta apareció Manuel, con unos pantalones vaqueros oscuros que se ajustaban en el punto exacto. Se dieron un par de besos que casi consiguieron incendiarles las mejillas. Daniela le besó a cámara lenta, quedándose a escasos milímetros de su boca.

Instantes después estaba sentada en el salón escasamente iluminado. Sobre la mesa, dos copas y un par de piruletas; frente a ella, él, de espaldas, buscando la lista de reproducción perfecta para la cita.

Acababa de llegar, pero la situación le tenía muy excitada. Decidió hacer una locura y se quitó las bragas mientras aquel hurgaba en el disco duro de su ordenador. Ella le siguió hablando como si nada, pero cuando Manuel se dio la vuelta se la encontró totalmente desnuda y en una posición sugerente. Se quedó sin habla durante unos segundos.

Con las piernas entreabiertas, esta le hizo un gesto con el dedo para que se acercara. Cogió una piruleta y le quitó el envoltorio. La chupó y después le metió la lengua en la boca a Manuel. Se dieron un beso húmedo, salvaje. Este le estrujó los pechos y Daniela le echó mano al paquete.

Le agarró del trasero desnudo hasta ponerla de pie. Apretó su pubis contra su erección mientras le mordía el cuello. Le pidió que se pusiera de cara a la pared, con el culo en pompa. Manuel se agachó y empezó a lamerle sus agujeros, al tiempo que le daba sutiles azotes. Daniela no podía parar de gemir sintiendo su lengüita recorriéndola de principio a fin. Se dio la vuelta, chupó de nuevo la piruleta y se frotó con ella el clítoris, ante la atónita mirada de él. Este se desnudó en un par de segundos, apartó el caramelo de su sexo y se lanzó a comérselo hasta que Daniela explotó en un orgasmo muy dulce.

Le temblaban las piernas, pero enseguida se agachó para devorársela a él. Se la metió hasta casi la garganta, chupando con frenesí, mientras este tenía sujeta su cabeza. Se paró y este penetró su boca hasta que estuvo a punto de correrse.

Entonces, la cogió en volandas y la sentó sobre la mesa del salón. Daniela se abrió de piernas y recibió las primeras embestidas. Sentía cómo la taladraba con furia y se agarraba a su cuello gritando cada vez más fuerte.

Cuando no podía más, Daniel la sacó y derramó todo el semen sobre el vientre y pechos de aquella. Se frotó los senos con sensualidad, esparciéndose la corrida por ellos hasta que el chico quedó absolutamente vacío.