Relato erótico: «La nueva vecina»

Otra vez se había roto el ascensor, pensó Rebeca. Otra vez tocaba subir cinco pisos por las escaleras y encima con las bolsas de la compra. Cuando iba por el cuarto, divisó decenas de cajas agolpadas en el rellano, un sofá, una lámpara de pie y muchas otras cosas. Tuvo que hacer verdaderos malabarismos para sortear los bultos. ¿Quién sería el nuevo vecino desastre que había dejado todo por medio impidiendo el paso? No le hizo falta hacer elucubraciones, ya que detrás de una caja asomó una melena rubia.
– ¡Hola! ¿Qué tal? Me llamo Helen y como habrás podido comprobar, sí, soy tu nueva vecina. ¡Perdón por el caos!- dijo aquella mujer, acercándose a ella con intención de darle dos besos.
– Nada, no tiene importancia. Bienvenida- contestó Rebeca, ya disculpándola mentalmente.
– ¡Bueno, espero terminar pronto!
– Oye, si necesitas ayuda solo tienes que decirme o si tienes hambre, te puedo preparar algo de comer.
– Eres muy amable. Lo primero no hace falta, gracias. Lo segundo, ¡me encantaría! ¿Te parece a las 7?
Y en eso quedaron, así que, de repente, iba a tener una cita con su vecina. Se despidió de ella y terminó de subir las escaleras que quedaban hasta su apartamento. Se echó un rato y el tiempo pasó volando.
Helen olía muy dulce y tenía el pelo recién lavado. Anteriormente no se había fijado mucho en su físico, pero ahora la encontraba muy sexy.
En cuanto entró, su aroma inundó su hogar. Rebeca había preparado algo de picar y se sentó junto a su invitada. Charlaron como dos horas y Helen insistió en ayudarle a recoger la mesa. En la cocina, comenzaron los roces y la insinuación.
– ¿Qué te apetece hacer?- preguntó Rebeca.
– Mi marido llegará tarde, así que no tengo ningún plan- respondió Helen.
– ¡Ah! ¿Estás casada?- exclamó estupefacta.
Helen no contestó y en su lugar se acercó a Rebeca, enredó sus dedos en su pelo y unió sus labios con los de ella. La arrinconó contra la encimera y la cogió por la cintura. La intensidad iba subiendo poco a poco. Empezaron con besos hasta que llegaron las caricias. Helen sabía muy bien lo que hacía y en un abrir y cerrar de ojos se coló bajo su camiseta y liberó los senos de Rebeca. No le hizo falta quitarle la camiseta, se la subió un poco hasta que pudo abarcarlos con sus manos y con su boca. Sus pezones se endurecieron mientras su lengua traviesa los devoraba. Instintivamente, Rebeca la sujetaba de su cabellera rubia para que continuara haciéndola gozar. Enseguida notó cómo se empapaban sus braguitas mientras la otra no cesaba de chuparle las tetas.
Entonces, Helen le mostró sus exuberantes pechos y los frotó con vicio contra los de ella. Eran enormes y jugosos. Rebeca nunca había visto unos pezones tan grandes. Los lamió y se puso aún más cachonda escuchando jadear a Helen.
Esta le pidió a Rebeca que se sentara en la encimera. Lo hizo sin rechistar. Todavía con los pechos fuera, Helen dejó caer los pantalones de aquella hasta el suelo. Era una imagen muy erótica. Le separó las piernas y la miró por última vez antes de lanzarse a su intimidad. Rebeca le agarraba de los pechos mientras la otra movía su lengua con rapidez por su sexo volviéndola loca de placer.
Con suavidad, Helen tiraba de sus labios vaginales con los dientes, acercándose lentamente a su punto más sagrado y abultado. Sentía tanto placer que se corrió durante varios segundos, gritando, fuera de sí.
Las piernas le temblaban cuando Helen volvió a su boca para robarle otro beso. Tenía los labios calientes y con un sabor algo ácido. Esta, entonces, tomó la mano de Rebeca y se la llevó a su sexo. Estaba tan mojada que sus dedos resbalaban sin casi esfuerzo y se introducían en su vagina. La masturbó frenéticamente mientras se besaban y volvía a subir la temperatura en la cocina. Helen se despegó de sus labios y jadeó escandalosamente hasta que explotó también.
Un rato después, cuando Helen se marchaba, Rebeca volvió a preguntar:
– Entonces, ¿estás casada?
Helen se echó a reír y le lanzó un beso al aire, cerrando la puerta tras de sí.