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Relato erótico: La hermosa Beatriz
¡Lo último!

Relato erótico: La hermosa Beatriz

En este relato erótico, Anna Genovés juega con la excitación y la sorpresa en un escenario de partida clave en muchas escenas calientes: El gimnasio. Atención al primer relato suelto de la escritora, viene pisando fuerte y rompiendo tabúes.

La hermosa Beatriz

Carla acaba de llegar al gym. Es asidua del bike de las catorce treinta. Se desahoga un buen rato antes de comer. Después, volverá a ser la dependienta que pasea su bello trasero entre braguitas y sujetadores.

Está cambiándose en el vestuario. Cosas de la vida: se le ha olvidado el tanga que utiliza bajo el culote.

― ¡Mierda! Menuda fricción entre el sillín y el chichi al aire ―se dice a sí misma.

Cinco minutos más tarde, sale del WC y tropieza con una chica. El contacto es mínimo, pero el olor a almizcle que desprende enloquece su deseo. Siempre que la ve tiene un hambre voraz. Sus senos son altos, torneados y distanciados, talla 100. Perfectos.

― Lo que me faltaba ―murmura por lo bajini―, el calentón del roce me está poniendo más excitada que una yegua en celo. Al final, me irán hasta las tías.

De camino a la sala, nota como sus nalgas son el espejo de todas las miradas, anzuelo de manos. Ella se pavonea; no hay ningún macho que soliviante sus sentidos. Sin embargo, comprime el vientre y se contonea relamiendo sus glotones labios.

La clase es magistral, la música está a toda pastilla. Entre subidas y bajadas, producto de las ansias, un orgasmo eclosiona en sus entrañas como si fuera el Cantábrico en invierno. Y su vulva, una esponja entre las abruptas aguas.

Se ducha y embadurna de body milk canturreando. Una pierna sobre el banco, mientras masajea sus muslos. Al levantar la cabeza, se topa con las primorosas redondeces culminadas por cumbres rosadas: los pechos de la muchacha con la que había tropezado son los más hermosos que ha visto. Le apetece lamerlos como si fuera una niña pequeña que necesita su ambrosía. Sudorosos tras el esfuerzo, gotean. La beldad la mira sonriendo.

― Me llamo Beatriz ―le dice.

― Yo, Carla ―contesta sin dejar de mirar sus tetas.

Beatriz le da dos sonoros besos en las mejillas.

― Me alegra conocerte ―susurra.

― Perdona la intromisión. Puedo hacerte una pregunta íntima…

― Sí mujer, somos amigas…

― ¿Quién te las has hecho? ―sugiere mirando abobada sus pechos.

Beatriz ríe tapándose la boca.

― ¡Qué directa eres! No pasa nada, tranquila. Llevo prótesis de suero fisiológico para que queden naturales. Me las hizo la Dra. Llorca, luego de doy la dirección.

― Cuando tenga dinero me hago unas iguales, ¡son preciosas!

Salen del gimnasio charlando. Coincidencias, Beatrice vive cerca de la corsetería en la que trabaja Carla y la invita a comer.

― Si te conformas con una pizza, te ahorras la comida. ¿Tienes tiempo, verdad?

― Sí. Todavía me queda una hora libre.

― Pues, tú decides…

― De acuerdo. Economizar no viene mal en estos tiempos ―termina por decir Carla.

Beatriz vive en un ático. Tienen catorce pisos por delante. Pero en el quinto pulsa el stop y se tira, literalmente, a comerle los morros a su flamante amiga.

― ¡Qué ganas tenía de lamer ese lunar tan provocativo que tienes en la comisura izquierda de tu boca! ―suelta.

― Oye, ¡qué no soy lesbiana! ―contesta Carla.

― Yo tampoco.

Dicho esto, Beatriz coge la mano de Carla y se la acerca a la bragueta. La sorpresa es mayúscula. Una enorme protuberancia emerge como un mosquetón a punto de disparar.

― No me lo puedo creer ―dice Carla, alucinada.

― A ver qué opinas ahora ―Beatriz se desabrocha la cremallera; un hermoso falo espera los labios de Carla.

Ésta baja hasta el ídolo descubierto y combina potentes lametones con intensas aspiraciones. El sexo eclosiona y el esperma la refresca.

Seguidamente, Beatriz investiga bajo la falda de su amante. Bucea entre los pliegues de su vulva hasta encontrar el botón mágico, oprimiéndolo. Se agacha y relame todo lo que está al alcance de su lengua espumosa.

Carla chilla, retorciéndose entre su vientre convulso y sus nalgas comprimidas.  Saciadas, llegan al apartamento…

― ¿Alguna pregunta?

― ¿Qué eres, un travesti, un transexual en vías de cambio…?

― Soy un hombre que quiso ser mujer. Cuando te vi en el gimnasio, hace seis meses, decidí no seguir adelante. Las casualidades no existen. Te he buscado.

― ¿Nadie te ha descubierto en el vestuario de chicas?

― Siempre me aseo en casa. Allí sólo luzco mis pechugas ―las acaricia, juguetona.

― No puede ser. Eres guapísima y tu voz es melodiosa, femenina.

― Llevo muchos años invertidos… Pero he dejado de tomar hormonas. Dentro de poco, mi timbre será grave y mi piel, rugosa. No sé qué haré con este busto ―lo estruja, sarcástica.

― ¿Cómo te llamas? La verdad.

― No lo recuerdo. Mis amigos me llaman la hermosa Beatriz.

― Para mí serás Bea. Seremos una pareja a la última moda. ¡Me encantan tus atributos! Pechos y falo.

― Mmm…

Beatriz se endereza. Los pezones ribeteados por aguijones.

― Quiero chuparlos… ―insinúa Carla.

Se enredan entre las carnes prietas y los efluvios feroces hasta poseerse mutuamente en una cópula salvaje.

 

¿Quieres leer más textos de Anna Genovés? Visita su blog, Memoria perdida.

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