Relato erótico: «El instructor de Pilates»

El instructor de Pilates
«¡Mira qué michelines, esto no puede ser!», se lamentaba Vicky al mirarse al espejo recién salida de la ducha. La realidad era que casi todo estaba en orden: sus pechos, ni muy pequeños ni muy grandes, miraban al frente con decisión; su trasero, firme, había sido el delirio de todos los hombres que habían pasado por su cama y habían rozado el cielo mientras azotaban esa curva tan bien delineada. Sin embargo, su «tripilla» no era tan recta como hubiera deseado. No cabía duda; era el momento de empezar con la operación bikini.
Recordó que cerca de su casa había visto un anuncio que rezaba: ‘Pilates, especial vientre plano. Primera clase gratuita’. Perfecto, ¿no? Empezaría ese mismo jueves. Se enfundó sus mallas, una camiseta deportiva no demasiado ajustada y sus zapatillas favoritas.
Al entrar en el aula le sorprendió el olor a incienso y la luz tenue que se cernía sobre las colchonetas ya dispuestas. Se topó con el que sería su profesor, que se encontraba de espaldas a la puerta preparando la música. Aún no había llegado nadie y ella esbozó un tímido «hola», que hizo que aquel se girase. Al instante, se quedó prendada de sus brillantes ojos y de esa sonrisa que le prometía que la clase no sería muy dura. Estaba descalzo, con un pantalón de chándal y camiseta que le marcaba paquete y abdominales, respectivamente.
Charlaron casi como si se conocieran de toda la vida y Vicky notó un feeling especial que más adelante corroboraría al no quitarle ojo durante los ejercicios. No sabía si es que todo lo hacía mal, pero lo cierto es que él estaba continuamente cerca de su colchoneta corrigiéndole la postura, separándole más las piernas o intentando que sus hombros no estuvieran rígidos. Esos pequeños detalles hacían a Vicky desconcentrarse la respiración que debía mantener y sólo consiguieron que se pusiera más nerviosa cada vez que este rozaba algún ápice de su piel, con tal de tratar que efectuara correctamente el ejercicio.
Acabó la clase y Vicky se sentía exhausta. Cuando todas las alumnas se hubieron ido, el profesor al que había prestado más atención que a sus propias directrices se dirigió de nuevo a ella. Le preguntó que qué tal le había ido la clase y ella le respondió que tenía una leve molestia en el cuello. Le contó que le ocurrió al hacer un ejercicio concreto, de modo que se tumbó para mostrárselo.
– Creo que ya sé por qué te pasa. Déjame ver.- expresó el instructor mientras se inclinaba hacia ella para sujetarle la cabeza. Podía sentir su aliento al explicarle cómo debía hacer el ejercicio para no lastimarse, pero ella sólo pensaba en montárselo con él en la colchoneta. Parece que sus ojos la delataron porque súbitamente él se lanzó hacia su boca, propinándole un jugoso beso que hizo que se estremeciera. Sus lenguas se fundieron en una y ese beso, que empezó un poco inocente, se tornó en un intercambio de mordiscos, en ganas de comerse mutuamente. Se tumbó encima de ella y su lengua recorrió su cuello mientras sus manos buscaban desesperadamente sus senos. Le quitó en un segundo la sudada camiseta y también él se despojó de la suya. Continuó con su camino de lametones y besos hasta llegar a sus pezones. Los succionó con avidez, lo que provocó que Vicky sintiera ya su sexo muy húmedo.
Desabrochó el cordón del chándal y metió su mano hasta que encontró la punta de un pene que ya tenía un grado considerable de erección. Lo empezó a masajear y pudo escuchar los primeros jadeos de placer del profesor. Él se incorporó, se deshizo de su pantalón y deslizó los de Vicky hasta abajo, que continuaba tumbada en la colchoneta. Dejó al descubierto un miembro que se alzaba en todo su esplendor. «Voy a buscar un preservativo»- indicó él. Mientras se afanaba el abrir el envoltorio, Vicky se puso de rodillas y empezó a chupársela. Lamió el glande como si se tratara de un chupachups y se la llevó entera a la boca, succionando con intensidad. Él le agarró de los pechos, dirigiendo hacia ellos su excitación y pellizcándole fuertemente los pezones, algo que volvía loca a Vicky. Se la sacó de la boca para que el profesor pudiera ponerse el condón y demostrarle su flexibilidad en el sexo, ya de una vez por todas.
La volvió a tumbar en la colchoneta, le levantó las piernas por encima de sus hombros y la penetró, por fin. Muy suave al principio, pero luego las embestidas iban ganando en profundidad. Los gemidos de Vicky retumbaban en el aula cada vez que el pene del profesor entraba en su interior. Eran dos cuerpos sudados que se movían con frenesí y deseo.
Decidieron darle utilidad al espejo que ocupaba toda la pared de la sala y Vicky se puso a cuatro patas. Podía verle la cara desencajada de placer mientras la penetraba salvajemente. Una última vez, los dos, frente al espejo, cruzaron sus miradas antes de que el éxtasis les invadiera, por unos segundos, los sentidos.
Vicky sabía desde el principio que, por supuesto, al día siguiente tendría agujetas. No obstante, no sabría asegurar a qué se debían exactamente.
Andrea B.C.