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Relato erótico: "Dímelo en francés"
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Relato erótico: «Dímelo en francés»

Para aquella cena íbamos a ser los mismos de siempre, pero también tendríamos visita. Cuando entré en el restaurante, enseguida atisbé la mesa donde estaban todos. Les saludé mientras me quitaba el abrigo y buscaba con la mirada una silla libre. De repente, me topé con unos ojazos verdes que me observaban fijamente. Leyendo mi pensamiento, me señaló un asiento vacío junto a él.

Era un chico francés muy atractivo. De hecho, aunque no me lo hubiera dicho, lo hubiera adivinado en cuanto abriese la boca. Era moreno de piel y tenía una sonrisa espléndida. Había venido con un par de amigos también del país vecino y que identifiqué enseguida. ¡Vaya tres guapos!- pensé.

Desde los entrantes hasta las copas estuvimos hablando largo y tendido. Charlamos de él y de mí, de lo que hacíamos y de lo que nos interesaba. Me contó que vivía en Dubái y que, por supuesto, estaba invitada. Un cumplido, sí, pero tentador.

Cuando terminamos de cenar, fuimos a un bar donde continuar la noche. Se me acercó una amiga que, por lo que se ve, no nos había quitado el ojo de encima y me comentó que le había llegado a sus oídos que yo le gustaba a aquel francés.

No pasó demasiado hasta que se hizo evidente. En el bar, él me buscaba y, claro, yo me dejé encontrar.

Comenzamos unos bailes y seguimos con unos besos. Sus ojos aún eran más increíbles en medio de la oscuridad de aquel local y sus labios me estaban poniendo a cien.

Jugábamos con nuestras lenguas, nos mordíamos, nos chupábamos el cuello y… teníamos que parar. Él me agarró del culo y me apretó contra él. Sentí su erección y la acaricié.

– ¿Nos vamos?- me preguntó de súbito.

Su hotel no quedaba lejos. En la cama, continuamos con los besos y los tocamientos, hasta quedarnos totalmente desnudos. No era en absoluto un tío cañero, sino todo lo contrario, cariñoso y delicado. Sin embargo, me tenía excitadísima.

Su polla tampoco pasaría a la historia como la más grande, pero sabía muy bien qué hacer con ella para calentarme.

Enredamos nuestros cuerpos mientras sentía su miembro rozar los pliegues de mi sexo. Se dedicó un buen rato a sobar mis pechos, volviéndome loca al sentir la suavidad de su lengua en mis pezones. Quería que se pusiera el condón ya.

Dicho y hecho, me puse encima de él y me la metí mientras me frotaba con su pubis. Sus manos estaban en mi cintura y empujaba su pene todo lo que podía en mi interior para sentirnos ambos al máximo. Mi clítoris se hinchaba cada vez más con aquel roce frenético. Mis jadeos se iban convirtiendo en gritos de placer, tanto que tuvo que taparme la boca con la mano.

Cambiamos de postura y nos pusimos en misionero. Se movía y me movía e intercambiábamos besos húmedos. Aprisioné su cuerpo con mis piernas para volver a recrearme con su verga dentro. Se inclinó para besarme y, al mismo tiempo, sus penetraciones se hicieron impacientes e intensas. Me decía al oído palabras incomprensibles en francés, probablemente obscenas, pero que me daban un morbo impresionante. Sentía su polla incrustada en lo más profundo de mi ser, rozando los límites, pero sin dolor. Entonces, se paró en seco, tratando de recobrar el aliento.

Nos tumbamos y nos mimamos como si fuéramos los más enamorados. Pasamos la noche abrazados hasta que llegó la luz del día y tenía que marcharme. Hasta siempre Pierre, François o como quiera que se llamase. Su nombre se borró de mi memoria, aunque no los detalles de aquella noche.

 

 

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