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Relato erótico: "Día de pradera y placer"
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Relato erótico: «Día de pradera y placer»

No había una fecha que le gustase más a Sandra que San Isidro: se sentía una madrileña 100%. Además, ese fin de semana quedaría con Gonza para ir a la famosa pradera a pasar la tarde. Quedaron en hacer un picnic para comer allí y él se encargaría de prepararlo todo. A Sandra le gustaba precisamente eso de Gonza, que era muy detallista y le hacía sentir especial con tanto cuidado y atención.

A la hora acordada, ella le esperaba ansiosa en el punto de encuentro. Ese día hacía mucho calor, con lo que se puso lo más fresquita que pudo: una camisa blanca que hacía que se le transparentase un poco el sujetador que llevaba y una faldita corta. Cuando la vio tan atractiva, Gonza no pudo evitar que se le endureciera un poco. Él la saludó con un par de besos tiernos, abrazándola y rozando su espalda por debajo de la camisa. Gonza también sabía cómo poner nerviosa a su amiga.

Se dispusieron a buscar un sitio en la verde pradera y, cuando lo hallaron, Gonza sacó una gorra de chulapo y un clavel rojo que, acto seguido, colocó en la oreja de ella. Sacó también una tortilla de patata, unos canapés y vino para beber. Estuvieron hablando y comiendo hasta el hartazgo y, como consecuencia, acabaron llenos y solo sentían ganas de tumbarse. Buscaron una zona menos soleada y se echaron bajo un gran árbol. Gonza pasó el brazo por el cuello de ella para que estuviera más cómoda y ella le abrazó y posó una pierna sobre él como si estuvieran a punto de dormirse.

Después de un rato de charla tranquila se fijaron que, poco a poco, el gentío iba dispersándose de la pradera para disfrutar de un concierto que se escuchaba a lo lejos. Observando a su somnolienta amiga, Gonza acercó sus labios al cuello de esta y empezó a jugar por la zona. A Sandra se le erizó el vello de los brazos y le bajó un escalofrío por el cuerpo que le hizo estremecerse. La mano hábil de Gonza se coló por debajo de la blusa, fue a parar a uno de los senos de ella y comenzó apretarlo y masajearlo. Sandra no se pudo controlar y en un abrir y cerrar de ojos se sentó encima de él, que ya estaba listo para el ataque, pues su erección era más que notable.

Empezaron a besarse con lujuria y ella no paraba de moverse frotando su sexo con el de Gonza. Encajaron sus cuerpos tan bien que este le tuvo que pedir tiempo muerto, ya que notaba que se corría. La chica sonrió divertida y, como si no fuera la cosa con ella, acercó sus manos a la cremallera del pantalón de aquel, bajándosela suavemente hasta que quedó abierta de par en par. Pero más se sorprendió él cuando esta se puso de pie un momento y, en un par de segundos, se quitó las braguitas visiblemente empapadas por sus fluidos.

Entonces, se sentó sobre él de nuevo, pero esta vez sin ropa interior. Mientras Sandra le miraba a los ojos, le fue sacando la verga que asomó imponente y dura. Miró a ambos lados para comprobar que no hubiese gente y se agachó a chupársela. Gonza intentó vigilar, pero fue en vano, pues el placer que aquella le estaba haciendo sentir le impedía concentrarse en otra cosa que no fueran los escarceos de su lengua en el glande.

Separó la boca de su polla y se acercó a Gonza para besarle, mientras sus sexos continuaban restregándose. Ella estaba tan mojada que, queriendo o sin querer, la polla de este entró con una facilidad pasmosa en su interior.

Cada vez escuchaban menos la música y más los jadeos del otro, lo que les excitaba el doble; notaban el aliento ajeno en el cuello y las suaves embestidas sobre la hierba. Gonza le agarraba de las nalgas por debajo de la falda con ansia y ella clavaba las uñas en sus antebrazos.

En un ágil movimiento, Gonza consiguió sacarla a tiempo y terminó corriéndose en la falda. En el mismo instante, dejaron de escuchar la música y rieron a carcajadas cuando el público de lejos gritaba: “¡Otra, otra!”.

 

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