De camino a casa desde la Universidad decidió pasarse por la oficina donde trabajaba su padre para darle una sorpresa. Solía ir a verle mucho cuando era niña y bien sabía lo mucho que le gustaba a su padre presumir de su hija ante sus compañeros. Casi no recordaba dónde estaba su despacho. Estaba un poco perdida, pero al final lo encontró. No obstante, él no estaba allí.

Mientras contemplaba la estancia vacía, una voz le ofreció ayuda amablemente. Laura se giró y se topó con un hombre en traje de unos cuarenta y muchos. Esta se presentó y, enseguida, Román, que así se llamaba aquel, le dio la mano. No sabía si tratarle de “tú” o “usted”, pero rápido salió de dudas al comprobar que el compañero de trabajo de su padre era muy cercano.

Tenía en la mirada un toque seductor que Laura no sabía cómo interpretar y, cuando se despidieron “hasta la próxima”, se fijó en que tenía una espalda ancha y muy buen culo. Cuando llegó a su casa, aún podía sentir en sus fosas nasales el intenso aroma de Román.

Esa misma semana, volvió a visitar a su padre al trabajo, a ver si tenía más suerte. Esta vez sí estaba, pero estaba reunido. Román la invitó a pasar a su despacho con él para que su espera fuera más amena. Se le veía un hombre muy interesante y bastante astuto, ya que sabía cómo conducir la conversación hacia terrenos escabrosos, sin que pareciera intención suya. Aquella tarde Laura apuntó un número de móvil más en la agenda de su smartphone.

La imagen de una mesa con dos copas y una botella de vino que llegó a su móvil, fue la causante de que Laura se metiera deprisa en la ducha y saliera por la puerta de su casa 20 minutos después. Si era igual de hábil en los negocios, pocas palabras necesitaría para cerrar una venta.

Había tenido citas similares con mil chicos pero ningún apartamento se parecía a este. Todo estaba perfectamente dispuesto, limpio y sobrio. En la puerta, Román inclinó su cara hacia ella para que le diera un beso en la mejilla. Un detalle muy paternal, sí, aunque sería el único de ese tipo aquella noche.

Sirvió vino en ambas copas y optaron por quedarse de pie, conversando junto a la ventana. Román comenzó a juguetear con el pelo de Laura, anudándolo en su dedo índice. Tomó de nuevo sus copas y las posó sobre la mesa. Necesitaba sus manos libres.

Sutilmente, la puso de cara a la pared, mientras él se colocaba detrás de ella. Esta notaba su miembro abultado en su trasero y eso le excitó muchísimo. Le besaba el cuello y, al tiempo, desabrochaba la cremallera de su vestido, hasta que cayó al suelo. Laura continuaba inmóvil con las manos en la pared, sintiendo las de aquel palpando sus nalgas.

Tiró de forma suave de su cabello para que le mirara y se fundieron en un beso apasionado, mientras sus dedos continuaban adentrándose en su vagina. Los hundió hasta el fondo y Laura empezó a respirar de modo acelerado. Román bien sabía lo mojada que estaba.

Agarró sus tetas con ansia y la guio hasta su habitación. Allí Laura tuvo la oportunidad de contemplar en todo su esplendor aquel pedazo de hombre y esos 20 centímetros de puro fuego. No podía aguantar un minuto más, se puso a cuatro patas sobre la cama y se la metió en la boca. La lamió lentamente y, poco a poco, fue incrementando la intensidad. Román empujaba su polla hasta que casi desaparecía en la boca de esta.

Se incorporó y, con Laura en esa misma posición, la penetró. Sujetó su cintura y comenzó a entrar y salir de ella, recreándose en su empapada vagina. Laura le pedía más y más fuerte y este así lo hacía, hasta que entre gritos, descargó dentro de ella.

Se quedó en los brazos de aquel hombre maduro un rato más y, entre besos y abrazos, se despidieron “hasta la próxima”, que la hubo, claro.