Relato erótico: «Caricias pecaminosas»

En vísperas de Navidad, el centro de la ciudad estaba atestado de gente, pero el ambiente que se respiraba en las calles bien merecía la pena. Natalia y Gema habían quedado a las 8 en punto donde siempre, aunque, por lo lleno que estaba el lugar, parecía que todos se habían puesto de acuerdo para quedar a la misma hora.
Casi sin darse cuenta se adentraron en el tumulto y ya no podían caminar una junto a la otra. Natalia iba delante, con un gorro verde de lana inconfundible y sus pómulos rosados por el frío. Le instó a Gema a que la cogiese de la mano, pues, si no, que se perdieran la una a la otra sería inminente. Ésta tenía la mano helada, pero se la agarró bien fuerte. Unos minutos después, notó que la sostenía por la cintura, se giró y vio a Gema sonriéndole. Tenía su rostro casi pegado a su cuello y, cuando se volvió, faltó poco para que juntaran sus labios.
Le gustaba la sensación de tenerla justo detrás, tan cerca. Pese al abrigo, pudo sentir sus pechos rozando su espalda y empezó a excitarse. Deseó que no cesase el barullo para continuar disfrutando de esos roces que comenzaban a ponerla a cien.
De nuevo, notó sus manos heladas, aunque, en esta ocasión, bajo su jersey. Acarició la zona baja de su espalda y continuó ascendiendo hasta llegar al broche de su sujetador. Jugó de manera tentadora con él mientras Natalia notaba cómo sus braguitas se humedecían.
Poco a poco fue aproximándose a sus pechos. Primero se detuvo en su vientre haciendo sugerentes amagos de continuar bajando hacia su sexo. A Natalia le temblaban las piernas y hacía un rato que andaba sin rumbo. La inocencia de las primeras caricias fue perdiéndose y Gema le manoseó las tetas con total descaro, deleitándose en ellos y tocándole los pezones por encima del sujetador.
Natalia aceleró el paso y trató de abrirse camino como pudo, tomándola de la mano. No lejos estaba el parking donde había aparcado su coche. Se subieron en el asiento trasero y comenzaron a besarse, mientras la luz automática del aparcamiento perdía cada vez más intensidad hasta apagarse por completo.
Gema cogió su mano y la llevó hacia su sexo. Natalia comprobó que también ella estaba mojada. Le bajó las braguitas, se colocó entre sus piernas y se sumergió en él. Sus fluidos empaparon su boca al instante y su lengua traviesa recorrió todo su sexo. Gema no soltaba su cabeza y se agitaba frenética, masturbándose con la boca de aquella. Natalia continuó chupando, introduciéndole un dedo en la vagina vigorosamente. Se quedó quieta, mientras aquella restregaba su sexo contra sus labios y estallaba en un impresionante orgasmo.
Se puso de rodillas junto a ella y le dio un beso tierno y delicado. Gema le desabrochó el botón de los vaqueros y frotó con cuidado su clítoris. La penetró una y otra vez con su dedo índice y Natalia no tardó en empaparse de nuevo. Presa del placer, se corrió sin poder reprimir sus gemidos, tratando de prolongar ese momento lo más posible.
La noche estaba fría, pero todavía ellas mantenían el calor en sus cuerpos. Entrelazaron sus manos y volvieron a perderse entre la multitud.