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Labios tentadores y perversos
¡Lo último!

Labios tentadores y perversos

Gon la tenía completamente desconcertada, pero, sobre todo, muy caliente. Unas horas antes de verse habían estado hablando por mensajes sobre qué harían aquella tarde. “¿Qué te apetece hacer hoy?”, le había preguntado Lorena. “No se me ocurre mejor plan de domingo que sentir tu coño estrechito”, le había contestado él. Era esa clase de respuestas la que le impedía concentrarse. Aún rememoraba el último polvo con él, salvaje y taladrador, como a ella le gustaba.

Se encontraron al final del puente, como de costumbre. Este la recibió con un beso en la mejilla y con cierto desdén. Hablaron de temas banales y, unos minutos después, estaban sentándose en un bar. Esa barba de varios días, media sonrisa y esos pectorales que ni el jersey podía ocultar, la traían loca. Claro que él, aunque se mostrase un poco distante, tampoco podía evitar acariciarle de cuando en cuando la cara dulcemente y juguetear con sus cabellos. En esos momentos se miraban a los ojos, sin decir nada, y saltaban chispas. Ese leve roce era suficiente para despertar en Lorena un deseo incontrolable.

Gon era un chico complicado quien, desde el principio, le había dejado una cosa clara: no buscaba ninguna relación seria. Así, aunque Lorena se moría de ganas de besar y morder esos labios, no lo hizo.

Era medianoche y la calle estaba vacía cuando salieron. Él puso el brazo sobre sus hombros y ella se arrimó para refugiarse del frío. Giró la cabeza y fue en dirección a su boca. Primero juntaron sus labios y, poco a poco, esta fue introduciendo su lengua en la boca de él. Este succionó su labio inferior y la atrajo hacia él. Lorena se aferró a los bolsillos delanteros de su pantalón, acercándose levemente a su zona peligrosa. Entonces, Gon le susurró “tócame” y ella, obediente, pasó su mano por su entrepierna. Presionó su erección mientras continuaban besándose. Lorena sentía cómo sus bragas se empapaban y, muy posiblemente, traspasaba a sus leggins. Estaba tan cachonda que si él le hubiera acariciado su sexo en aquel momento, no habría tardado ni un minuto en tener un orgasmo.

Al día siguiente los dos tenían que madrugar, pero, en esos instantes, era lo que menos importaba. Los pisos de ambos estaban igual de lejos del centro, así que decidieron tomar en el último momento un taxi hacia el de ella. Durante el trayecto, se metieron mano sutilmente. Lorena comprobó que su polla estaba cada vez más dura, mientras que Gon había hundido sus dedos en la vagina de aquella, untándose de sus fluidos.

Por fin llegaron a casa y entraron en silencio. Arrojaron los abrigos a la silla giratoria y se echaron en la cama. Comenzaron a devorarse con ansias, como si estuvieran recuperando tiempo perdido. Lorena sabía que la boca de Gon era peligrosa y, sobre todo, cuando se acercaba a su cuello. Pero este era más rápido, inmovilizó sus brazos y se lanzó a comérselo. Podía sentir sus succiones. Esta, mientras, le rodeó el cuerpo con sus piernas, notando cómo su verga se clavaba en su pubis.

Se quitaron la ropa y se masturbaron mutuamente. Lorena agarró su polla y comenzó a hacerle una paja. Deliberadamente, se frotaba con ella el clítoris. Entonces, Gon sacó un condón y la penetró hasta el fondo, recreándose unos segundos antes de volver a embestirla. Lorena sentía su respiración en su oído y sus jadeos de excitación.

Gon la tenía sujeta del pelo y continuaba penetrándola cada vez con más potencia. Esta se abrió de piernas todo lo que pudo para que su clítoris abultado pudiera rozarse bien en las acometidas. Le daba fuerte y ella, aun así, le pedía más. Volvió a engancharse a su cuello con sus labios fuera de control. Esta sentía un poco de dolor por la presión, pero, sobre todo, le daba mucho morbo. Enseguida Gon explotó dentro de ella, quedándose unos instantes así, sobre la chica y todavía en su interior.

Había sido todo tan rápido que, cuando Lorena se puso sus braguitas para acompañarlo a la puerta, seguían mojadas.

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