Atrapadas en el ascensor

Jara salía un poco tarde ese día. Comprobó la hora mientras se ponía el abrigo y cogía las llaves. Parecía que se habían puesto de acuerdo, pues, en ese momento, salía su vecina de enfrente. Nunca la había visto y ya tenía ganas de averiguar quién compartía rellano con ella. Sin fijarse mucho, le pareció muy masculina, con el pelo corto y los ojos muy oscuros. Pese a su ropa ancha, podía adivinar que poseía grandes pechos.
No fue hasta que se montaron juntas en el ascensor cuando descubrió que, en realidad, tenía un rostro muy lindo y cierto atractivo. Su sonrisa la cautivó desde el instante en el que se dirigió a ella para preguntarle si también iba al garaje. No obstante, de repente el ascensor se paró en seco y la luz perdió intensidad.
A Jara le ponían muy nerviosa los espacios cerrados, pero enseguida comprobó que su vecina tenía todo bajo control. Pulsó un botón y no respondía y también presionó la alarma varias veces. Lo siguiente fue intentar abrir ella misma las puertas. Con gran maña lo consiguió y le cedió primero el paso a Jara, mientras sujetaba las puertas. Esta se deslizó bajo sus brazos, rozándose con su cuerpo hasta que logró salir. Pensó que le encantaría volver a frotarse con ella. Súbitamente, le pareció tremendamente sexy.
– ¿Lo intentamos de nuevo?- le preguntó la vecina refiriéndose a darle una segunda oportunidad al ascensor.
Nuevamente se montaron en él, ya después de haber roto casi todo el hielo. El trayecto desde el décimo piso fue más relajado e, incluso, intercambiaron alguna mirada cómplice. Quiso el destino que, otra vez, el ascensor se parara en seco. También la luz se volvió a ir.
Pero Jara se sentía mucho más segura ahora y, de hecho, le excitaba esa situación. Todo estaba en manos de aquella morena con las cosas claras. En esta ocasión, la cosa se puso un poco más difícil y le solicitó a Jara que la ayudara a ejercer presión. Sintió su aliento muy cerca, mientras sus extremidades hacían palanca juntas. Sin saber cómo ni por qué, Jara notó cómo la rodilla de aquella rozaba sus partes íntimas. Tenía las piernas algo separadas para poder llevar a cabo su cometido, de modo que pudo sentir bien esa deliciosa fricción. Podía adivinar que sus braguitas se mojaban cada vez más.
Entonces, sintió los fríos dedos de aquella escalar por su espalda y atreviéndose a desabrochar su sujetador. En un segundo, sus senos se liberaron, pero no por mucho tiempo porque la vecina los sobó hasta endurecer sus pezones al máximo.
Le levantó la camiseta y los recorrió con su lengua caliente e impaciente. Mientras se los comía, Jara revolvía su corta cabellera entre sus dedos, embriagándose del dulce aroma a champú. Jara también estaba deseando lamerle sus tetas y consiguió sacarlas de sus correspondientes copas. Ante ella se alzaban dos senos exuberantes coronados con sendos pezones gruesos y extremadamente sensibles. Estiró de ellos con sus labios con sumo cuidado mientras la mano exploradora de aquella se colaba en sus braguitas.
Deslizó uno de sus dedos a lo largo de su húmeda raja, sin presionar, solo como una caricia. Esa sensación era sumamente placentera. La estaba poniendo a mil y quería más. Tras ese contacto tímido, la chica subió la intensidad y la penetró con su dedo índice. Lo metió y sacó unas cuantas veces provocando que Jara emitiese sonoros gemidos.
Abrió todo lo que pudo las piernas y trató de mantener el equilibrio mientras gozaba en ese ascensor semi-oscuro. Al poco, se agachó para hacer gozar a Jara con su lengua. Lamía sugerentemente su clítoris y toda la zona, succionándola y saboreando todos sus fluidos al tiempo que su dedo continuaba jugando en su interior. A Jara le temblaban las piernas. Entró en un punto de retorno hasta que explotó en un espectacular orgasmo mientras la boca de su vecina recogía sus espasmos.
Justo después, el ascensor volvió a iluminarse y Jara se sintió un poco cortada por lo que acababa de ocurrir. Entonces, su complaciente vecina la besó para que se relajara. Otro empujón y las puertas del ascensor se abrieron.
– Nos vemos- se despidió Jara, con las piernas todavía temblando.
– Y tanto que nos vemos. Me debes una. Bueno, uno- contestó la otra.